'Start-ups' que viven de nuestra precariedad

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Isabel Sucunza

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'Home sharing', nuevas empresas de mensajería, licencias VTC y, ahora, micropisos: llevamos tiempo de bombardeo continuo de nuevas iniciativas de negocio -'start-ups', se llaman- que se anuncian como soluciones a la precariedad en la que aún nadamos desde que explotara la última crisis económica. Todas estas propuestas más o menos novedosas comparten un punto de partida: se presentan en primera instancia como soluciones rompedoras, valientes y eficaces a un problema urgente, el de nuestra necesidad de cubrir gastos básicos, por ejemplo el de la vivienda.

Todas juegan a ofrecer un impacto inicial aparentemente indiscutible: nadie que pase por un momento de penuria económica renunciará a escuchar a alguien que le venga con una posible solución por desesperada que esta sea. Lo que pasa es que, como siempre, detrás de la cosa material, que es lo que estas empresas vienen a arreglar, siempre hay la cosa inmaterial, que es lo que ninguna de estas parece considerar.

Las nuevas 'start-ups', en el momento de su salto al mercado, juegan con el factor de que el problema material parece tan insalvable que, quien lo tenga, tendrá la mente tan ocupada en que no le salen las cuentas que aún tardará un tiempo en ver que, aunque consiga poner un parche, aunque con el inquilino que instale en la habitación de invitados de su casa pueda llegar a pagar la hipoteca, con eso no está ayudando en absoluto a que el precio de mercado de los pisos deje de ser un abuso y mucho menos estará consiguiendo que su sueldo deje de ser un insulto. 

Hablo de 'home sharing', pero el discurso sirve para los micropisos también. En el momento en que optamos a ellos como solución para el problema de no poder acceder a una casa digna, ya contamos con que no podremos tener una biblioteca ni una planta ni una mascota. Bueno, somos pobres; nos tendremos que conformar de momento con tener un sitio a cubierto donde dormir, que no es poco. Sin embargo, si lo pensamos un poco más, vemos que tampoco tendremos vecinos-vecinos, porque son sitios donde ir exclusivamente a pasar la noche. Son de alquiler temporal, de contratos de menos de un año de duración, así que será imposible construir una comunidad de vecinos, que son las que acaban salvando los barrios a nivel humano. 

Renunciaremos también si entramos en un micropiso a cuestiones más conceptuales, como por ejemplo la personalización del sitio donde vivimos, la idea de compartirlo, la posibilidad de formar una familia… Son cosas que a lo mejor parecen accesorias o susceptibles de poder ser aparcadas para más tarde; el problema es que son cosas inherentes a la persona, estas de las que estas 'start-ups' no dudan en privarnos con la excusa de que nos están ayudando y que todo eso será temporal. Juegan a un juego que también implica que acabemos asumiendo que un piso digno es una cosa excepcional y que lo que es normal es que antes de conseguirlo, pasemos por un periodo de indignidad. ¿Un periodo, nada más? Pensad que estas iniciativas viven de nuestra precariedad. Yo no creo que su objetivo sea ayudarnos a erradicarla.