La manipulación informativa

El difícil pero necesario arte de repreguntar

Necesitamos periodistas valientes en todos los medios, que no jueguen con el valor de la palabra

zentauroepp45250965 maria titos180929132838

zentauroepp45250965 maria titos180929132838 / periodico

Núria Iceta

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En esta fatiga comunicativa que vivimos, atrapados entre la paradoja de un crecimiento de los canales de comunicación directa en paralelo al crecimiento de la sospecha sobre la veracidad de los mensajes emitidos, leo a Joan Julibert en su último libro 'El poder de la mentida' (Saldonar, 2018) que más que poner el foco sobre las 'fake news' deberíamos centrarnos en distinguir a qué intereses sirven. Por supuesto. No me gusta que me intenten manipular, pero… si ya somos mayorcitos para darnos cuenta, ¿porqué seguimos cayendo en la trampa? He apagado la radio muchas veces para no volver a oír el mismo corte de voz, con contexto o sin él, que sirve a un relato determinado pero no sé si a algo más.

Periodismo de declaraciones

A menudo echo de menos la repregunta. ¿Pero qué nos está pasando? ¿Cómo puede ser que estemos aceptando continuamente mensajes contradictorios sin que nadie levante la mano y pida "con todos los respetos" una aclaración, que ponga en evidencia las contradicciones u omisiones interesadas? ¡Tenemos que poder hacerlo! Hace años que nos admiramos de la contundencia (que cuando conviene aquí confundimos con agresividad) de los entrevistadores ingleses. Tenemos los profesionales adecuados para hacerlo, pero siento que pocos lo hacen. El llamado periodismo de declaraciones, contradeclaraciones o, aún peor, el que se basa en el "y tú más", las arengas mitingueras, los tuits publicados o borrados, da grandes titulares pero ¿aporta algo?

Como sociedad estamos perdiendo en el juego de los relatos construidos a medida, que cada vez da la espalda a más gente

El otro día, hablando con un alto cargo del Govern, me encontré lo suficientemente cómoda como para decirle qué me parecía la situación actual (él me había pedido la opinión) y le conté cómo me entristecía escuchar mensajes públicos que sabía a ciencia cierta que privadamente eran otros o proclamar rotundidades que se saben imposibles de llevar a cabo. Amablemente aceptó el comentario, pero me dijo que no se podía hacer nada. Y yo no supe repreguntar, por empatía o por incapacidad. ¿Cómo que no? Una cosa es que aceptemos la existencia de los registros del lenguaje y los niveles de confianza, y la otra es que lleguemos a justificar decir una cosa en privado y otra distinta en público por sistema. Hay quien se escuda diciendo que estamos en una batalla semántica, pero yo no quiero campos de batalla de palabras sino campos de cultivo de propuestas. ¿Por qué nos dejamos decir en una rueda de prensa que hay bombas inteligentes y que podemos vender armas tranquilamente a Arabia Saudí porque no producen "daños colaterales"? ¿Seguro que un chat de 6.000 servidores públicos es una conversación privada? Sin duda hemos avanzado desde las comparecencias de plasma de Rajoy, pero todavía hay mucho trabajo por hacer. La espiral del silencio ha sido sustituida por la espiral del absurdo. Y contra el absurdo, solo hay estupefacción.

Me hace gracia cuando se dice de alguien que "fue siempre fiel a sus ideas". No se trata, afortunadamente, de una cuestión de terquedad, de incapacidad de cambiar de opinión sino, al contrario, de fidelidad a unos ideales, de personas libres y comprometidas, que no repiten consignas, sino que piensan por sí mismas. Tengo la suerte, y quiero creer que no soy la única, de tener a mi alrededor gente de pensamiento libre, que es capaz de empatizar y de distinguir cuándo le están dando gato por liebre, que es capaz de expresarlo e incluso algunos de ellos tienen altavoces públicos en los medios para hacerlo. Es gente que construye pensamiento crítico. Sin embargo, me parece que como sociedad estamos perdiendo en el juego de las hegemonías comunicativas de los relatos construidos a medida, un juego que, además, cada vez da la espalda a más gente. Y las distancias se van haciendo más profundas, en cuanto al papel de los medios, la cohesión social y la participación política. Creo que no nos podemos permitir el lujo de agravar esta distancia, porque los únicos que ganarán son los que tienen interés en mantener el poder, a menudo ligado a intereses económicos -ya no digamos a nivel internacional-, y seguro en detrimento de los menos favorecidos.

A veces he oído decir que la carrera de periodismo no haría falta, que a la universidad se va a adquirir conocimientos sobre las materias y que el resto es oficio. Estoy de acuerdo a medias. Es evidente que siempre necesitamos periodistas informados, con el máximo de conocimientos posibles y de capacidad para ponerlos en relación en historia, economía, literatura, política y qué sé yo. Pero remarco que en estos momentos necesitamos periodistas valientes en todos los medios, que no jueguen con el valor de la palabra. (Y medios que les cubran cuando lo hagan, claro). Compañeros periodistas, sabemos que estáis ahí, levantad la mano por nosotros.