Análisis

¿Inquietud ante la venta de empresas catalanas?

No percibo que el capital de las operaciones regrese en forma de nuevos proyectos empresariales relevantes

mar raventos y xavier pages presentan cava codorniu

mar raventos y xavier pages presentan cava codorniu / periodico

Jordi Alberich

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Han sido diversas las grandes compañías catalanas que, en los últimos meses, han sido vendidas, mayoritariamente, a fondos de inversión. Un hecho que ha generado inquietud, pues perder el control accionarial de empresas tan relevantes no es una cuestión menor para cualquier economía, y menos aún para la catalana que anda escasa de grandes compañías. Además, viene a coincidir en una coyuntura en la que, consecuencia de la deriva política, las mayores empresas han trasladado su sede. Sin duda, un estado de ánimo poco estimulante para la actividad empresarial autóctona.

Debe entenderse que, en una economía global tan abierta, para nuestras empresas no resulta nada sencillo competir con gigantescas corporaciones. A menudo, la única manera de hacerlo es adquiriendo una mayor dimensión, pero ello conlleva poner en riesgo el patrimonio acumulado, y gestionar la compañía sin la comodidad de una mayoría accionarial estable. En este contexto si, además, las nuevas generaciones carecen del espíritu empresarial de sus antecesores y surgen diferencias entre accionistas, la alternativa es vender la compañía.

El capitalismo se ha caracterizado desde sus inicios por su dinamismo. Aquel que estimula que nazcan empresas, se desarrollen y, finalmente, se transformen, desaparezcan o sean vendidas. Así ha sido siempre, si bien hoy ese ciclo vital adquiere velocidad vertiginosa. Y una economía dinámica es aquella en la que este ciclo se sucede con toda naturalidad.

Atendiendo a estas consideraciones, la inquietud comentada al inicio carecería de sentido pues, además, en todas partes, las grandes corporaciones absorben a las empresas de menor tamaño, y los fondos de inversión vienen a sustituir al accionista tradicional. Pero no podemos obviar la cuestión fundamental: la actitud de los accionistas el día después de la venta, una vez se han llenado los bolsillos. Simplificando, este tiene dos alternativas. De una parte, reinvertir ese capital en nuevos y ambiciosos proyectos empresariales. De otra,  garantizarse el bienestar propio, y de sus herederos, renunciando al riesgo empresarial.

En cualquiera de los dos supuestos, sus efectos a corto plazo no son perceptibles. A largo plazo no solo serán muy notorios sino que, en buena medida, difícilmente reversibles. Para cualquier país que pretenda mejorar su bienestar, resulta fundamental contar con  centros de decisión de grandes empresas, y no sólo por sus efectos sobre la actividad económica. Cabe recordar que los mejores episodios de la historia de Catalunya se han dado cuando el empresariado, aquel colectivo ambicioso que arriesga su patrimonio, se ha comprometido en proyectos de interés general.

En el caso que nos ocupa, creo que se está optando por la opción más conservadora, pues no percibo que esos capitales regresen en forma de nuevos proyectos empresariales relevantes, más allá de algún 'family office' de pequeña dimensión para gestionar el patrimonio y ocupar a las nuevas generaciones. Hay motivo para la inquietud.