Los casos de Escocia y el 'brexit'

¿Referéndum? ¡Prueba, si sale me la quedo!

Nos deberíamos interpelar sobre la idoneidad de plebiscitos binarios para cuestiones políticas de calado en una sociedad dividida

segunda oportunidad

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Josep Martí Blanch

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De niño muchos de los juegos callejeros de pericia, agilidad o fuerza en los que participaba empezaran con el grito de “prueba, si sale me la quedo”. Esa invocación era un seguro a todo riesgo. Si se alcanzaba el objetivo, el primer intento era válido; pero en caso contrario, el fracaso no era tenido en cuenta y se disfrutaba de una segunda oportunidad. Era un comodín pensado para los más pequeños, pero era utilizado incluso por los que ya habían debutado en la pubertad, provocando malentendidos, discusiones y también tortazos.

Ha llegado a mis manos material publicitario de los impulsores de un segundo referéndum de independencia en Escocia al mismo tiempo que alzan la voz todos los integrantes del lobi que se esfuerza para que también se repita el plebiscito sobre la permanencia o no en la UE del Reino Unido. Y claro, es inevitable que me acuerde del “prueba, si sale me la quedo”.

Un tema imposible

En Escocia (2014) el resultado del referéndum fue de un 55,3% favorable al statu quo y un 44,7% a favor de la creación de un estado independiente. En el Reino Unido (2016) el plebiscito sobre el 'brexit' se saldó con un 51,9% a favor de abandonar la UE y un 48,1% contrario a esa opción.

La hipotética convocatoria de un segundo referéndum en Escocia es un tema imposible en estos momentos. Como quiera que las élites -escribo esta palabra sin juicio de valor- ganaron, nadie se toma en serio esta posibilidad. Que uno de los argumentos que hizo valer el Gobierno británico para convencer a la nación del norte es que si se independizaban quedarían fuera de la UE y que ahora deban abandonarla en cuanto se haga efectivo el 'brexit' no cambia las cosas.

Lo que propicia
que haya una corriente de fondo hacia otra consulta del 'brexit' es que las élites lo perdieron

Todo es diferente ante el 'brexit' y el referéndum que lo avaló. El resultado fue más ajustado, pero lo que realmente propicia que haya una corriente de fondo que empuja hacia una segunda convocatoria es que las élites lo perdieron. Lo perdió la facción 'tory 'que lideraba el exprimer ministro, David Cameron, lo perdió la actual primera ministra, Theresa May, lo perdió el partido laborista que pasó de puntillas en la campaña pensando que no quería violentar a una parte de sus votantes fijando una posición demasiado rocosa, lo perdió la City, lo perdieron las grandes corporaciones industriales y lo perdieron la mayoría de los medios de comunicación serios frente a los tabloides.

Argumentos contra el resultado

Los resultados se intentaron deslegitimar desde que se conoció el escrutinio oficial. Empezando por la participación (“ha votado poca gente”), pasando por la edad (“es el 'brexit' de los viejos”), la campaña (“todo han sido mentiras”), las injerencias externas (“los rusos”) hasta llegar al argumento que se utiliza ahora y que se resume en “por fin sabemos de verdad qué supone el 'brexit' y tenemos derecho a votarlo de nuevo”. Lo cierto es que mintió todo el mundo y que nadie se acordaría de los que no fueron a votar ni se quejaría de que los jóvenes hubiesen tumbado a los viejos si el resultado hubiese sido el contrario.

Toda decisión democrática es revisable, por supuesto. Y quien pide ahora repetir referéndums está en su derecho. Pero los intentos de convertir las votaciones ya efectuadas, y en particular las que pierden las élites, en una reedición del “prueba, si sale me la quedo” de los juegos infantiles, quizá debería interpelarnos sobre la idoneidad de los plebiscitos planteados de manera binaria para solventar cuestiones políticas de tanto calado cuando la sociedad está dividida prácticamente por mitades. Esto no es un juego de niños.

En algunos casos el referéndum solo es la plasmación de la renuncia del principio de responsabilidad del gobernante y no un certificado de sus convicciones democráticas. Es así cuando la dejadez, la táctica, la incapacidad, el egoísmo o directamente la estupidez convierten una consulta en el peor de los caminos al suponer la renuncia al común denominador que posibilita la existencia de un cuerpo institucional reconocido por mayorías incontestables que, sin contentar al cien por cien a todos, tampoco violenta en exceso a nadie y dejan únicamente a los extremos fuera del acuerdo.

Theresa May está intentando gestionar un resultado democrático -dejar la Unión Europea- contrario a sus convicciones y a las de buena parte de su Gobierno. Puede que 'Chequers', su última propuesta de acuerdo con la UE sea ese punto de encuentro en el que pueden hallar su espacio 'leavers' y 'remainers'. No jugará ese papel un nuevo referéndum, que solo quieren los que perdieron el primero, sean votantes rasos o representantes las élites británicas, ni la frivolidad destructiva de los conservadores encabezados por Boris Johnson.