Dos miradas

Coixet y la asfixia

Creo, honestamente, que Coixet exagera y no puedo estar de acuerdo cuando dice que en Catalunya tiene la sensación de vivir, como si fuera un filme de terror, en un supermercado con neblina y muchos zombis en el exterior

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Josep Maria Fonalleras

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Hace tiempo, intercambiamos con Isabel Coixet algunos comentarios sobre cine y literatura y me pareció una mujer cuerda y culta. He visto muchas de sus películas y hay alguna que ha conseguido eso tan difícil que el arte siempre debe buscar: hacer nacer emociones incluso cuando ni siquiera sabías que existían. Compartir la experiencia de la soledad y del aislamiento, del desamor o de la pasión. Coixet lo ha hecho. Y, como la aprecio, siento oírle decir determinadas cosas. Está en su derecho, por supuesto, pero lo siento. Y mira que coincidimos, como cuando declaró, hace un año, que "hay mucha gente que vive en un estado de angustia y de tristeza profunda". Mucha gente, de una manera u otra, vivió aquel octubre del 2017 con desazón. Muchos. Por los golpes, por la violencia desatada, por la agitación de los irreductibles, por las dudas.

Lo que ahora dice Coixet es que considera que el ambiente es irrespirable y que tanto plástico de color amarillo, de estética "infantil", la asfixia. Y que tiene la sensación de vivir, como si fuera una película de terror, en un supermercado con neblina y muchos zombis en el exterior. Creo, honestamente, que exagera: no puedo estar de acuerdo en su resumen de la situación. "Aparte del trabajo", dice, "todo lo demás es whisky barato". En este desprecio metafórico, hay que tener presente, Isabel, que hay anhelos, deseos, incertidumbres, reivindicaciones justas. Y esto también es la vida.