IDEAS

Los hombros de un gigante

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Domingo Ródenas de Moya

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Hace ya más de dos años que murió uno de los gigantes del siglo pasado, Umberto Eco. Un gigante en saberes y en sabiduría (que no son lo mismo) que cuando, en 1980, se echó al ruedo de la novela con 'El nombre de la rosa' había alcanzado ya el cielo del prestigio científico por sus libros sobre arte moderno, comunicación, semiótica, estructura narrativa o la cultura de masas. Allí donde Eco disparaba su inteligencia se hacía la luz y luego era muy difícil eludir su resplandor. Lo mejor del caso (de su caso) es que esa taumaturgia la practicaba con un estilo elegante e irónico rebosante de cortesía en una demostración rotunda de que se puede instruir deleitando.

Desde los años 80 compaginó la escritura de novelas con su intervención en los debates académicos, como el que se derivó del relativismo posmoderno a favor o en contra de la libre interpretación (él definió los límites razonables de la libertad interpretativa). Quiso compartir sus saberes enciclopédicos con un público amplio en libros doctos y amenos como 'Seis paseos por los bosques narrativos' (1994), 'Historia de la belleza' (2005) o 'Historia de las tierras y los lugares legendarios' (2013). Poco a poco la presencia de su voz crítica en la prensa se hizo habitual y una garantía de honradez e independencia (salvo para Berlusconi, al que fustigó sin descanso).

En 2001 Eco fue invitado en el festival cultural La Milanesiana a dar una conferencia y habló del eterno conflicto entre las generaciones, de los hijos y los padres (del parricidio simbólico…). Desde entonces y hasta 2015 dictó su lección magistral cada año sobre temas tan suyos y próximos a todos como la mentira, la belleza y la fealdad, los complots, lo absoluto y lo relativo o la noción de secreto. Sabía de la heterogeneidad de su auditorio y también de su avidez impaciente, por eso la erudición de sus disertaciones tuvo la osamenta flexible y hasta divertida del buen humor. Leo con asombro y alegría estas últimas lecciones recién traducidas en 'A hombros de gigantes' (Lumen) y echo de menos los anchos hombros de este gigante. La primera Milanesiana tras su muerte se dedicó, con tino, a los enanos, quiero decir a la vanidad.