Estados de ánimo
La virtud de la paciencia
Que alguien pida calma provoca pesadillas a quienes de verdad padecen algún mal, ya sea del cuerpo o del alma
El final de las vacaciones me regaló una ocasión para poner a prueba mi paciencia. Fue a mi regreso de Atenas, después de unas breves vacaciones en familia, cuando la compañía Aegean nos anunció que el vuelo tenía 'overbooking' y que no podían garantizarnos el regreso a casa. Cundió el pánico entre mis hijos. Regresábamos con las horas justas de organizar las mochilas para la vuelta al cole, al día siguiente había horarios que cumplir, todos habían previsto unas horas en casa, de paz y duchas. La azafata impasible nos prometió una solución. Yo desconfié de inmediato. No me fío ni un pelo de sus soluciones. Dos veces he sido víctima de 'overbooking', y las dos me quedé en tierra, durmiendo en un hotel en el que no quería dormir y tomando luego otro vuelo a casa a una hora intempestiva. Es vergonzoso y humillante. Aunque digan que te resarcen económicamente, nada te resarce de esa tomadura de pelo.
Mis hijos no tenían experiencia en la materia, así que les advertí de lo que podía pasar. Se pusieron nerviosos. Invoqué a la paciencia, lo único que se puede hacer en situaciones desesperadas. Aunque nada hay peor que estar desesperado y que alguien te pida paciencia. La sola palabra provoca pesadillas a quienes de verdad padecen algún mal, ya sea del cuerpo o del alma.
El horizonte de la paciencia
La paciencia, me digo, no tiene buena prensa. Tampoco tiene una gran sinonimia. Ni matices. ¿Hay una sola clase de paciencia? ¿Es lo mismo la paciencia que nos exigen las situaciones difíciles que la que debemos invertir en algún cometido largo y tedioso? ¿Cómo denominamos a la paciencia precisa para aprender un idioma, tocar el piano, escribir una novela? ¿Es lo mismo la paciencia que la autopaciencia, es decir, la paciencia que requiere quien acomete algo difícil en lo que ha de invertir muchos intentos y mucho tiempo? ¿Tiene algún nombre la paciencia de las madres? ¿Y la de los maestros? ¿Y la de los enfermeros? ¿Necesita paciencia un orfebre, un vigilante nocturno, un astrónomo? Y en caso afirmativo, ¿de qué clase de paciencia se trata?
Necesitamos palabras que amplíen el horizonte de la paciencia, que nos permitan comprenderla un poco mejor. La Biblia lo intentó: “El paciente muestra gran discernimiento”, afirma el libro de proverbios, donde también se nos dice que más vale ser paciente que valiente. Por no hablar del superhéroe bíblico de la paciencia, famoso por su gran ídem: Job, quien, por cierto, la desarrolló a fuerza de enfrentarse a las desgracias personales que Dios iba mandándole. Igual de vez en cuando el Jehová del Antiguo Testamento también murmuraba a su oído las odiosas palabras: "Paciencia, Job, paciencia".
Hay virtudes de primera y de segunda categoría. La valentía, la dignidad, la lealtad y el optimismo no pasan de moda. Algunas son auténticas estrellas mediáticas: la resiliencia, la independencia, la asertividad. Otras han perdido popularidad: la compasión, la tenacidad, la integridad, la prudencia. La paciencia forma parte de estas últimas, me temo. Aunque no siempre fue así. El refranero popular lo demuestra. En castellano y catalán se la elevó a “madre de la ciencia”, dando a entender la importancia de su papel. Los franceses consideran que “Con paciencia y diligencia se llega lejos”. Los portugueses sustituyen lo segundo por “perseverancia”. Los alemanes creen que “la paciencia todo lo logra”. Lo mismo los griegos. El pictograma chino para la paciencia (se pronuncia 'rèn') combina los términos “soportar”, “aguantar” y “autocontrol”. Para varias culturas orientales la paciencia es fruto de un complejo entrenamiento, y pocos están preparados para asumirla. Nacemos impacientes. Me pregunto si hay animales pacientes. ¿Las arañas cuando tejen, las abejas al construir sus panales, los gatos al cazar?
Me temo que la paciencia está entre las virtudes que han perdido popularidad, como la prudencia, la compasión o la tenacidad
Diría que hay actividades que sirven para ejercitar la paciencia con uno mismo, acaso la modalidad más infrecuente de paciencia. Tocar el piano, por ejemplo, es una de ellas (que he podido comprobar en persona, con ayuda de mi torpeza). Escribir novelas es otra de esas actividades. No se puede escribir con prisas. No con un mínimo de rigor. Incluso Antonio Machado lo dejó dicho, en un poema que nunca me canso de citar: "Sabe esperar, aguarda que la marea fluya / así en la costa un barco, sin que el partir te inquiete / todo el que aguarda sabe que la victoria es suya / porque la vida es larga y el arte es un juguete. Y si la vida es corta / y no llega la mar a tu galera / aguarda sin partir y siempre espera / que el arte es largo y, además, / no importa".
El desenlace de mi episodio griego y familiar fue mejor que el de las otras veces. Nos permitieron subir al avión. Tuvimos duchas y dichas en el último día de vacaciones. No me pregunten por qué, ni a quién o quiénes dejaron fuera. La paciencia no tuvo que entrar en juego. Salvo en este artículo, claro.
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