Cine a contracorriente

¡Campeones, campeones, oé, oé, oé!

La película de Javier Fesser será tildada de simplona, manipuladora, sensiblera, estereotipada... porque se aleja de los valores de triunfo y éxito que imperan

Juli Capella

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Una de las cuestiones más deprimentes del mundo del deporte es la obsesión por ganar. Que solo queda superada por el ridículo eslogan de 'lo importante es participar' que argumentan los perdedores. No hablo de salir a disfrutar un rato con la pelota. Hablo del deporte de competición comercial, el que inunda nuestra vida cotidiana. A su alrededor triunfa la épica del sacrificio del campeón.

Campeonato deriva del ámbito militar, cuando dos bandos se encontraban en el campo de batalla y solo uno salía del trance como vencedor. La épica del deporte copia la retórica bélica, basta ver los anuncios de Nike con su violencia larvada. Jugar para quedar segundo o tercero no es una opción.

Por eso me ha impactado una escena de la película 'Campeones', de Javier Fesser. Y perdón por el 'spoiler' que viene a continuación. Cuando el equipo protagonista, al que has cogido cariño, pierde la final del campeonato, sus miembros, en vez de enfadarse o sentirse humillados, saltan y corren muy contentos a felicitar y abrazar a los del otro equipo. No han sido sus adversarios ni enemigos, sino compañeros de juego. Sin otro equipo, no hay juego. Todo ante la mirada estupefacta de su 'yuppie' entrenador, que vive como un fracaso el haber perdido en el último segundo y no comprende la alegría de sus muchachos. Le dicen que no pasa nada, somos subcampones, como podrían decir, somos los últimos de la competición, sin el más mínimo lamento, tan solo como una descripción sin valor. Claro que es una película, y además con discapacitados, pero aquí está la gracia. Ellos afortunadamente, no se rigen por el canon establecido y por eso disfrutan mucho más que nosotros los hipercapacitados, ellos la gozan siempre, ganen o pierdan.

La película será tildada de simplona, manipuladora, sensiblera, estereotipada… porque se aleja de los valores de triunfo y éxito que imperan. ¡Ah! y de buenista, que es el insulto preferido por la mala gente. Pero como dijo Ibsen “veremos claramente un día que el triunfo es la derrota”.