cumbre en Salzburgo

Los ultras fijan la agenda de la UE

Los líderes europeos temen un frente común de partidos ultras para las elecciones de mayo al Parlamento Europeo que pueda tener éxito

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Albert Garrido

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La gestión de los flujos migratorios ha sido una vez más un obstáculo insalvable para preservar la unidad de la UE. Salvo en el frente común armado por los 27 para afrontar-negociar el 'brexit', el resto de asuntos importantes dan pie a una serie inacabable de desacuerdos encadenados en los que la extrema derecha marca la agenda, el PPE se debate en un mar de dudas y oportunismo y el PSE, en uno de debilidades y contradicciones sin límite. A los líderes europeos que ocupan el centro del espectro político, de por sí poco resolutivos, los sume en el mayor de los temores la posibilidad de que en las elecciones de mayo al Parlamento Europeo una hipotética alianza de Marine le PenMatteo SalviniViktor Orbán y algún ultra más desencadene un terremoto institucional mediante el espantajo de las migraciones.

La propuesta de celebrar una cumbre en febrero con la Liga Árabe para discutir la difusa propuesta de abrir contenedores de inmigrantes en los países del norte de África no es más que una forma de aplazar un compromiso colectivo. De momento, Marruecos y Túnez han manifestado que se oponen a tal componenda, Argelia y Egipto desempeñan un papel secundario en las expediciones de subsaharianos con destino a Europa y Libia es un interlocutor nada fiable por más que se hable enfáticamente de suscribir acuerdos con su Gobierno. Cierto es que de Libia procede el grueso de los cargamentos de seres humanas que ponen proa al norte, pero no lo es menos que se trata de un Estado fallido con diferentes estructuras de poder de facto, enfrentadas y sin atributos para garantizar el cumplimiento de acuerdo alguno y menos aún, el respeto por los derechos humanos.

Reuniones infructuosas

De hecho, la remisión a una próxima cumbre de toda decisión relativa a la migración recuerda en grado sumo la lógica aplicada por los gobiernos a la crisis de 2015, cuando varias infructuosas reuniones dieron para muy poco más que para fijar unos cupos de acogida de inmigrantes por Estado, que nunca se cumplieron, y para convertir a Turquía en aparcamiento de refugiados, un acuerdo que condiciona las relaciones de la UE con el imprevisible Recep Tayyip Erdogan. Una malísima solución que ni siquiera justifican las estadísticas: mientras la extrema derecha se envuelve en la bandera –cada una en la de su país– para sacar partido del miedo atávico al diferente, las proyecciones demográficas más solventes presentan la llegada de migrantes como la única forma de compensar los bajísimos índices de natalidad europeos.

“El verdadero peligro que amenaza a Europa no es la inmigración subsahariana, sino, más bien, el odio”, afirma Sami Naïr, especialista en migraciones, en un artículo publicado en 'El País'. Ahí radica el gran riesgo si, como parece, será la llegada de inmigrantes uno de los grandes temas de discusión durante la campaña de las europeas. La ausencia de una pedagogía de la diversidad promovida por los Estados ha dejado a oscuras una parte de la opinión pública, convencida de que se ciernen toda clase de amenazas externas sobre la identidad y prosperidad de los europeos.