LA POLÍTICA CATALANA

Carta a Manuel Valls

Catalunya y España están necesitadas de políticos y de política; Barcelona debe ser un factor de encuentro

Ilustración de María Titos

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Rafael Jorba

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'Monsieur le Premier Ministre'.

Es para mí un honor y un privilegio dirigirme a un primer ministro de Francia. Los usos y costumbres republicanos hacen que usted conserve esta denominación. Una alta responsabilidad institucional de la que nos enorgullecemos muchos catalanes. Usted, por sus orígenes, es un ejemplo de la meritocracia republicana, resultado del esfuerzo y de la función integradora de una escuela pública que, en palabras de uno de sus antecesores en el cargo, Lionel Jospin, es la cuna de la República.

Tuve el placer de conocerle en París, al inicio de su fructífera carrera, cuando era asesor de Michel Rocard en Matignon. Usted cuidó siempre la diáspora periodística española y, en particular, la catalana. Montse Capdevila, la añorada corresponsal de este diario, oficiaba de anfitriona. En mi caso, además, pude conocer también a su padre, el pintor Xavier Valls, gracias a los buenos oficios de Philippe Nourry y Jaime Arias, dos periodistas de referencia.

Barcelona no puede quedar secuestrada entre Freedonia (el llamado espacio libre de Bruselas) y Tabarnia. ¡Debe seguir siendo la capital de la 'Catalunya sencera'!

Su presencia en la escena política catalana enriquece el debate público. Estamos faltos de liderazgos y propuestas. No considero que sea un perdedor. Sus derrotas en el interior del PS -las primarias del 2011 y del 2017- contrastan con sus repetidas victorias cuando se ha sometido al sufragio universal: alcalde de Évry y diputado. Su haber político se fundamenta en dos pilares: el pensamiento y la acción, como lo corroboran sus reflexiones sobre la seguridad y la laicidad, tanto en plano local como en sus tiempos de ministro del Interior. Siempre he pensado que defender la ley y el orden era progresista. A Victor Hugo me remito: “Si vous avez la force, il nous reste le droit” (si ustedes tienen la fuerza, a nosotros nos queda el derecho).

Usted fue discípulo aventajado de Michel Rocard, representante de la segunda izquierda francesa, que se caracterizaba por el 'parler vrai' ('parlar clar i català', decimos nosotros) frente a la llamada 'langue de bois' (la palabrería política). Su 'parler vrai' ha sido una de las claves de su ascenso político, pero también de su declive. No se lo reprocho.

Permítame, en aras de este 'parler vrai', unas reflexiones. Catalunya y España están necesitadas de políticos y de política. El déficit de política del último sexenio, en el que desde el Gobierno central se actuaba como si solo existiese la ley y desde la Generalitat como si la ley no existiese, nos ha llevado a un callejón sin salida. Ahora, con la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa, se ha abierto la puerta de la política. Barcelona -torre maestra de Catalunya, en expresión de Rovira i Virgili- debe ser un factor de encuentro.

Sería un error convertir la batalla de Barcelona en una nueva puja de la estéril subasta entre dos nacionalismos, el catalán y el español, con los ciudadanos como rehenes emocionales. La forma de evitarlo es situar el proyecto de ciudad en el centro del debate. El eje programático debe pesar más que el eje identitario. Es la hora de recuperar los valores republicanos -derechos y deberes- que el 'president' Tarradellas resumió en la fórmula: “Ciutadans de Catalunya!”. Se trata de saber articular las ciudadanías compartidas de la Unión Europea que nos permiten ser ciudadanos de Barcelona, de Catalunya, de España y de Europa.

El riesgo -el 'parler vrai' se impone- es que Barcelona sea moneda de cambio entre los que apuestan por una Catalunya sin ciudadanos -el legitimismo del 'president' Puigdemont- y los que lo hacen por unos ciudadanos sin Catalunya (Albert Rivera). Barcelona no puede quedar secuestrada entre las repúblicas de Freedonia (el llamado espacio libre de Bruselas) y Tabarnia. ¡Debe ser la capital de la 'Catalunya sencera'!

Está en sus manos contribuir a recuperar el espacio catalanista, del que su abuelo Magí Valls fue uno de los impulsores. Un catalanismo cívico -el plebiscito cotidiano- y no étnico, que encuentra en la “cultura de mestizaje” (Vicens Vives) su fortaleza. Un catalanismo que “es inseparable del intervencionismo hispánico” (Vicens Vives, de nuevo) y que ha avanzado históricamente con dos pies: la defensa del autogobierno de Catalunya y otra idea de España.

El primer paso, al que le invito, es poner en el frontispicio de su acción aquellas palabras de Joan Maragall en un homenaje a Prat de la Riba: “Nuestro pueblo está muy necesitado de acostumbrarse, en interés de todos, a verse unido más a menudo por el amor que por el odio, y a respetar y honorar a sus hombres, sean del color que quieran, mientras este color se componga con el arcoíris de Catalunya”.

Muy cordialmente.