Dos miradas

Cretinez

La mediocridad (o la cretinez) también es no darse cuenta de cómo nos empequeñecemos, sometiendo el presente a un futurible que, quizá, tiene mucho de estafa

DIADA 2018

DIADA 2018 / RICARD CUGAT

Emma Riverola

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Rosa Maria Sardà, esa antítesis de la mediocridad, recordaba en su lúcido artículo sobre la salida de Lluís Pasqual del Teatre Lliure una cita de Gilbert Keith Chesterton: "La mediocridad posiblemente consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta". Terrible sentencia si la aplicamos al momento actual y echamos la vista atrás. Tampoco es cuestión de dejarse llevar por la nostalgia, siempre tendente a difuminar las sombras y dar más brillo a las luces, pero cuesta pensar en la Catalunya de hace 10 o 12 años y creer que ahora somos más grandes que entonces.

La crisis truncó la vida de muchos y los sueños gestados en la época de prosperidad. De repente, ya no parecía que todo estuviera el alcance de la mano, que la ilusión y el esfuerzo bastaran para salir adelante. "No es una crisis, es una estafa", clamaron las calles. Y ese grito también nos hizo soñar. Porque contenía la semilla de una lucha conjunta contra la injusticia y la desigualdad. Pero las plazas se vaciaron (qué poco recordamos la brutalidad de los Mossos al desalojarlas, ¿para cuándo un documental?) y su eco se acalló. En Catalunya, el vocabulario enfermó de grandilocuencia. Y se quebró la convivencia, imprescindible para la unidad y para plantar cara a todos los que nos quisieron sumisos. La mediocridad (o la cretinez) también es no darse cuenta de cómo nos empequeñecemos, sometiendo el presente a un futurible que, quizá, tiene mucho de estafa.