Filosofía vital

Desilusión

En Marruecos he descubierto la filosofía que consiste en que, ya que no podemos cambiar el mundo, aprendamos a mirarlo con otros ojos

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Joan Ollé

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Ya que llevamos -'vous, mes lecteurs, mes semblables, mes soeurs et frères'- más de una docena de uvas y años juntos, quiero desnudar mi alma y contaros como este verano, en el Marruecos de Genet y Goytisolo, que reposan bajo tierra y cara al mar a pocos kilómetros de casa, he descubierto la filosofía que ojalá - !Inch Allah!- guíe mis días hasta más allá de las estrellas. La he bautizado provisionalmente como 'desilusión positiva', o 'fértil', y consiste en que, ya que no podemos cambiar el mundo, aprendamos a mirarlo con otros ojos. Como en el toreo: si citas al bicho y no arranca, varía sitio y distancia: así podréis bailar juntos y  tú salir a hombros por la puerta grande. Al toro, como al cordero árabe, nos los comeremos felizmente en familia.

En Assilah, a 20 euros de taxi de Tánger, las antenas poco sofisticadas no reciben  -!aleluya!- TV-3, pero sí los partidos del Barça y del Real Madrid en lengua árabe, que arrasan, así como TVE Internacional, perfecta metáfora y vergüenza de los fraternales lazos de sangre hispano-alauítas. Felipe y  Zapatero se mueven mucho por allí, cuidando de sus intereses, tal vez ignorando que Marruecos vive bajo una doble dictadura: la monárquica y la divina, de las cuales algunos desesperados huyen en patera, en busca de humillación, muerte o  paraíso.

Con toda probabilidad, servidor de ustedes esté más cerca del proceder de los excapos sociatas -que viajamos cómodamente con pasaporte y en avión- que de nuestras  vecinas y vecinos (Habiba, Mohamed, Mustafá, Sadik, Hassan, Rachid...). Confieso que en la no siempre fácil amistad con ellos he reencontrado allí la vida, el paraíso que ellos buscan en nosotros.

Vuelvo al enunciado principal: la desilusión positiva -o fértil-, que podría ser no creer en nada y anhelar aún menos, pero  gozar de cada imagen:  del pan redondo, del aceite, del aceite de lino, de las aceitunas, de los tomates, de las patatas, del pez recién pescado y de la carne sin aditivos, de la sopa harira, de la infinidad de especies y sus olores (que pueden confundirse con los pigmentos), de la cola de madera, del serrín, del cemento, de la pintura al agua, del aguarrás, del pincel y del rodillo, del milagro -de la misma manera que una gallina pone un huevo, ver como en 30 segundos nace de la nada una 'rachola' hidráulica y luego limpian amorosamente el molde para parir a su hermana, que deberán secar al largo de tres días con sus noches.

Dijo Ramón Gómez de la Serna: "Hay gente que es de la Protectora de Animales; yo prefiero proteger las cosas". A quien sabe leer las cosas no le hacen falta libros. Aunque, en verdad, me muero de ganas de devorar la última novela de Eduardo Mendoza, quien dijo, más o  menos, en su presentación: "Sigo haciendo, como siempre, lo que me da la gana". 'Chapeau, Maître!'.