Análisis
Hay que persistir
El independentismo ha dado un salto de gigante en la última década, pero eso no quiere decir que sea hegemónico o interpele al global del país
El president Torra afirmaba en una entrevista en TV-3 que se "niega a aceptar" que en Catalunya no hay una "mayoría social suficiente" en favor de la independencia. Torra sostiene su afirmación en el hecho de que más de dos millones de catalanes participaron en el referéndum del 1-O, y que además, "no sabemos cuántos votos fueron robados o secuestrados". No es el único que se ha expresado en esta línea. Carles Puigdemont, en unas declaraciones el pasado 25 de julio, decía que si se hubieran contado todos los votos que fueron "secuestrados" por la policía habrían superado los "tres millones" de participantes.
Es evidente que la brutal actuación policial del 1-O -600 colegios clausurados, cientos de heridos- puso importantes trabas a la participación. Pero cualquier lectura atenta de los resultados permite constatar que difícilmente se "perdieron" 700.000 votos. En primer lugar, porque el censo del referéndum finalmente fue universal -cualquier elector pudo votar en cualquier colegio. Y en segundo lugar, porque los resultados del 'sí' en el referéndum son casi un calco de los resultados de los partidos independentistas el 21-D: 2,04 millones de votos afirmativos del 1-O junto a los 2,07 millones de votos que recibieron JxCat, ERC y la CUP en diciembre.
¿Supone esta lectura crítica menospreciar la fuerza que ha acumulado el independentismo en los últimos ciclos electorales? Al contrario. El independentismo ha dado un salto de gigante en la última década. Pero esto no quiere decir que su mayoría implique el global del país. Solo un 43% de los llamados a las urnas votaron el 1-0. El resto de la sociedad, por el motivo que fuera, no se sintió interpelada. Parte del independentismo, sin embargo, se resiste a tomar contacto con una realidad que dista mucho de la épica de algunas proclamas. La aceleración que ha sufrido el 'procés' los últimos dos años ha tenido como consecuencia cierta pérdida de visión periférica más allá del propio espacio político.
Esta falta de visión se constató, por ejemplo, durante los plenos del 6 y el 7 de septiembre del 2017, para aprobar las leyes del referéndum y de transitoriedad jurídica. En ese momento, para el grueso del independentismo fue prioritario sacar adelante como fuera las leyes, aunque ello supusiera poner límites a los derechos de la oposición a la hora de presentar enmiendas. El objetivo de cumplir el calendario e intentar burlar las suspensiones del Tribunal Constitucional, en un contexto de alta tensión y polarización en el eje nacional, pasó por encima de otras consideraciones. Faltó visión periférica y empatía más allá del núcleo de convencidos. Y al final, quien mejor ha capitalizado esta actitud ha sido Ciudadanos.
El malogrado historiador Josep Fontana explicaba en una entrevista que "las perspectivas reales de independencia son mínimas, pero hay que persistir". Esta ‘actitud Fontana’ es la que demasiado a menudo se echa de menos en una parte del independentismo. Pero partir de un análisis crítico de la realidad es el primer paso para intentar transformarla. Hay que persistir, todavía.
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