Al contrataque

El desconcierto

Es trepidante, porque por cada minuto de Gobierno de Sánchez, hay tres días de desgobierno

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Cristina Pardo

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Para entender los planes de este Gobierno, hay que esperar al menos tres o cuatro días después de cada propuesta. Y, a veces, ni así. Y no es porque sus iniciativas sean complejas, sino porque empiezan diciendo una cosa y se enmiendan la plana a sí mismos en cuestión de minutos. Es verdad que su precariedad numérica en el Parlamento obliga a hacer aparatosos movimientos de cintura, pero entonces sería interesante huir de las afirmaciones categóricas. Por poner solo algunos ejemplos, desde que Pedro Sánchez llegó al poder, se han desdicho con la convocatoria de elecciones (que sí, que no, que caiga un chaparrón), el asunto de la derogación de la reforma laboral, el impuesto a la banca, el impuesto al diésel (con tres versiones en un día), la defensa en Bélgica del juez Llarena (del ni de coña pasamos a ver casi a Sánchez pidiendo una toga), la exhumación de Franco (primero sí, luego no estaba clara la viabilidad y luego, otra vez sí), los planes para el Valle de los Caídos, el sindicato de prostitutas...

El asunto catalán

Es trepidante, porque por cada minuto de Gobierno, hay tres días de desgobierno. Esto, aun siendo tremendamente desconcertante porque empieza a ser imposible tomarse nada demasiado en serio, no tiene más consecuencia que la de necesitar cargamentos de Biodramina para poder llegar al final de cada viaje. Sin embargo, el carácter gelatinoso de la gestión de Pedro Sánchez se convierte en algo más grave cuando nos detenemos en el asunto catalán, uno de los mayores desafíos políticos y sociales de los últimos tiempos. Para empezar, porque el Ejecutivo ha decidido caminar solo, sin los partidos constitucionalistas, no sabemos a dónde. Después, porque va a llegar un momento en el que Sánchez va a tener que elegir entre los apoyos de los independentistas en el Parlamento o su permanencia en el poder. Además, y siendo de agradecer que plantee materias para el acuerdo con la Generalitat, algunas son incomprensibles. Y por último, se mantiene impasible mientras Torra y compañía le dicen que no a todo, insisten en sus planes fuera de la ley y elevan el tono, en un ejercicio de piromanía verdaderamente irresponsable.

En las últimas horas, el ministro de Fomento y secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos, ha tildado despectivamente de "gorrillas" a los que se dedican a quitar lazos amarillos. Es como cuando Torra defendió "atacar al Estado español". La vicepresidenta Calvo se limitó a decir que una frase no es un ataque. A veces, da la sensación de que son más duros con los que cumplen la ley, que con los que no. Pirómanos no hacen falta más, pero tampoco políticos equidistantes, en el mejor de los casos, y sin políticas de Estado, en el peor.