La clave

'Nutripolleces'

Hace falta sentido común para desmontar la sarta de sandeces que acompañan a las dietas milagrosas

Un niño come un bocadillo a la salida del colegio

Un niño come un bocadillo a la salida del colegio / ELISENDA PONS

Bernat Gasulla

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Tomen nota de este nombre: Anthony Warner. Es el bioquímico que ha acuñado una palabra que debería incluir cuanto antes la RAE en el diccionario: ‘nutripolleces’. El principal mérito del conocido como ‘el chef cabreado’ es sistematizar y poner orden en unas propuestas de sentido común para desmontar la sarta de sandeces alimentarias que acompañan a las dietas milagrosas, a las modas y al papanatismo nutricional.

El fantástico reportaje que Olga Pereda firmó este domingo sobre los denominados ‘superalimentos’ explica (y desarticula) alguna de estas ‘nutripolleces’. Como se decía en la información, los ‘superalimentos’, como Supermán, no existen. Uno añadiría: son, como mucho, Superlópez.

La cosa es tan sencilla como deshacerse cuanto antes de la obsesión por comer bien y sustituirla por el objetivo de dejar de comer mal. Los expertos (de verdad) insisten: los cereales ‘milenarios’ son solo antiguos, no mejores; el azúcar forma parte de todos los alimentos; la quinoa tiene los mismos valores nutricionales que el arroz integral, y así un largo etcétera.

Cuando uno descubre que el kilo de quinoa vale casi tres euros más que el de arroz integral empieza a vislumbrar los motivos que se esconden tras esta tendencia alimentaria. La voracidad de la industria agroalimentaria para generar nuevas (y artificiosas) necesidades en el consumidor.

Contradicción ecológica

Mención aparte merece la gran contradicción de muchos productos ‘bio’ o ecológicos. Calabacines impecables desde el punto de vista de su cultivo acaban siendo un desastre medioambiental al tener que ser transportados a menudo desde ultramar y, sobre todo, envueltos en el tan poco ecológico plástico. Y, además, mucho más caros. Los de Greenpeace deben estar subiéndose por las paredes.

Y para acabar, la ‘nutripollez’ llevada a la cosmética. Una marca de champús ha decidido destacar en sus etiquetas que su producto no tiene gluten. El colmo. La demonización del gluten se ha acabado convirtiendo en una ofensa a los celiacos. Esta proteína, presente en la mayoría de cereales, es inocua si no se ingiere. Son ganas de marear la perdiz en un tema que afecta a decenas de miles de enfermos crónicos.

Lo dicho, que la RAE bendiga la palabra ‘nutripollez’.