Dos miradas

Lo que sí toca (2)

Las alianzas solo se tejen cuando se tiene muy claro que hay unos que se hunden en el precariado y otros que se benefician

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Emma Riverola

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Llegó la crisis y el sueño del "España va bien" se rompió. Hubo esfuerzos colectivos, como el movimiento 15-M o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), que lograron romper cierto ensimismamiento, pero la individualidad se impuso. Mientras nos sumergimos en un mar de 'wellness' y buscamos soluciones en la economía que se autodefine como colaborativa y que tantas veces se olvida de cumplir con Hacienda o de pagar decentemente a los trabajadores, nos vamos acostumbrando a la precariedad. La planteamos como un problema individual que hay que superar. Pero las carreras en solitario no siempre están al alcance de todos, especialmente cuando el camino está poblado de obstáculos y nadie parte de las mismas condiciones. Entonces, llega la frustración individual, los ansiolíticos y el estigma del fracaso.

Estamos perdiendo los derechos laborales. Sin rubor, las ofertas de trabajo cada vez se acercan más a la explotación. Del mismo modo que la voracidad inmobiliaria no tiene fin. La combinación de ambos asfixia. Las únicas respuestas colectivas a los abusos se dan en agrupaciones vinculadas a problemáticas concretas: desahucios, pensiones, las 'kellys'… Pero si no hay alianzas, el poder no se siente amenazado. Y las alianzas solo se tejen cuando se tiene muy claro que hay unos que se hunden en el precariado y otros que se benefician. Cuando los bandos confunden esta distinción es que responden a los intereses de los que salen ganando.