Demagogia, oportunismo e injusticia

Nacionalistas frente a migrantes

No dicen gran cosa muchos gobernantes que se refieren a la actuación en origen para gestionar con aplomo la crisis de la migración

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Albert Garrido

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A todos los efectos, Libia no existe. Libia no existe. La ONU reconoce un Estado llamado Libia, que figura en los mapas y que citan con frecuencia algunos gobernantes europeos cuando abordan la solución en origen de la crisis migratoria, pero Libia no existe porque en el territorio que tiene reconocido operan varias formas de poder de facto, varias entidades o siglas que no se atienen a la autoridad del Gobierno reconocido por la comunidad internacional.

No es un caso único ni original: otros muchos estados que ocupan un espacio en los mapas oficiales no son más que entidades fallidas con varias formas de poder superpuestas, enfrentadas y en litigio permanente, actores necesarios de guerras azuzadas desde el exterior por razones siempre injustificables. De forma que no dicen gran cosa muchos dirigentes europeos cuando se refieren a la actuación en origen para gestionar con aplomo la crisis de las migraciones. Más bien eluden la realidad, descargan su mala conciencia o se justifican frente a una opinión pública con frecuencia desolada por la fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo.

Perdedores o sojuzgados

Sucede con frecuencia que gobernantes por civilizar que cierran los puertos al barco de Open Arms con 87 migrantes a bordo, y le desean buen viaje -el italiano Matteo Salvini-, están encantados con los éxitos de los deportistas que ganan medallas en diferentes especialidades, jóvenes conciudadanos muchos de ellos de los dejados a su suerte en alta mar. Se cierra así el círculo de la demagogia y el oportunismo, y se abre al mismo tiempo el de la radical injusticia que se ha adueñado del comportamiento europeo en este asunto: no importan el origen, la tonalidad de la epidermis o el credo de los triunfadores; sí importa el de los perdedores o sojuzgados, víctimas de todos los desastres consumados en el sur del planeta.

Se trata de importar mano de obra expermientada o de alimentar el nacionalismo mediante el himno, la bandera, la medalla y la vuelta de honor al estadio

Se trata de importar mano de obra experimentada -un motivo económico- o de alimentar el nacionalismo mediante el himno, la bandera, la medalla y la vuelta de honor al estadio. A quien le cantan 'We are the champions' nadie le pregunta de dónde procede, cómo anda de alemán -o de francés, o de inglés, o de español, o de griego, o de flamenco, o de lo que sea-; a quien se baja de una patera o del 'Aquarius' le miran hasta debajo de los empastes. Ninguna culpa tienen los campeones de que tal dualidad se haya consolidado y consagrado; la tienen toda quienes se pronuncian a favor de soluciones en origen sin especificar medios, presupuestos e interlocutores, simplemente porque esos enojosos detalles llevan directamente a una constatación: son inviables o a muy largo plazo, y mientras tanto embarcaciones de fortuna cruzan el Estrecho todos los días, divisan la silueta de Sicilia en el horizonte o el brillo cegador de la aridez maltesa.

Merece la pena insistir en una afirmación muchas veces repetida: casi nada es cierto de lo que se dice de los flujos migratorios. No hay efecto llamada (Pablo Casado y otros), no hay invasión alguna de Europa -véase el descenso en los cuadros estadísticos oficiales-, no hay peligro de que las catedrales se conviertan en mezquitas (alguien emitió esta opinión grotesca). Hay, eso sí, la necesidad de reparar el daño causado por el ciclo colonial y las descolonizaciones, de sanear los mercados de materias primas estratégicas (el petróleo, el gas, el coltán y otras), de compensar con jóvenes foráneos el envejecimiento imparable de las sociedades europeas, de entender que las comunidades homogéneas que fijaron las reglas del juego de la posguerra pasaron a mejor vida cuando justamente la posguerra dejó de ser el presente.

El economista Samir Amin, fallecido el pasado día 12, de ideología marxista, a menudo discutido y discutible, seguramente dio en el blanco al analizar el desequilibrio estructural entre el norte próspero, que controla los flujos financieros, el desarrollo tecnológico y la venta de armas, y el sur, sometido a la lógica y las necesidades del norte. Se trata de un esquema simple, pero no simplista, del que derivan las migraciones económicas y políticas (las de cuantos huyen de las guerras, las persecuciones, el sectarismo religioso y la pugna entre facciones de poder). Pero de esto se habla poco fuera de los ámbitos académicos, de las oenegés y del debate teórico. Y se hablará aún menos en los meses venideros, porque la derecha agresiva se ha adueñado del léxico de la campaña de las próximas elecciones europeas, convencida de que la victoria depende de alimentar las identidades nacionales exacerbadas, las incompatibles con el mestizaje y que exigen el cierre de fronteras.