Al contrataque

Llarena, ese héroe

A España como estado y a Catalunya como nación les conviene que la justicia internacional entre y sacuda de una vez las reminiscencias que nos quedan de la vieja justicia franquista

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Antonio Franco

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Jueces y fiscales han ejercido toda la presión que han podido para que el Gobierno de Pedro Sánchez formulase el principio de que cualquier crítica a Pablo Llarena en relación al 'procés' es un ataque a España. Por la imprescindible separación de poderes, ni me parece decente esa presión ni que se cediese ante ella. Por otra parte, considero tan legítimas las críticas a Llarena como los apoyos a sus tesis (lo decisivo son los respectivos argumentos). Y pienso que nadie sensato -tampoco un gobierno- debe considerar que unas discrepancias jurídicas o la presentación de una demanda constituyan un ataque al Estado. Por esa vía el nuevo capítulo del pesadísimo serial que padece Catalunya se puede titular 'Llarena, ese héroe'. En entregas anteriores Mariano Rajoy le envolvió con la bandera española y le mandó a luchar con armas jurídicas para ahorrarse entrar en una cuestión política como si fuese una cuestión política.

Nos colocan a Llarena sobre un pedestal sin que sea indiscutible que lo ha hecho bien. Hay división de opiniones sobre si se ha extralimitado, sobre si lo que protagonizó Carles Puigdemont además de ser un desafío y/o un desacato al dúo Constitución-Estatut reúne todos los requisitos que las leyes españolas y la jurisprudencia internacional consideran que definen a una rebelión. Pero, antes de aclararlo, la debilidad gubernamental pontifica que atacarlo a él equivale a atacar a la patria. Es arriesgado. De momento, lo que hay son unas notorias diferencias de criterio entre los sistemas jurídicos de unos estados y otros. Lo de si Catalunya será independiente dependerá de una forma u otra, y no sabemos cuándo, de sus ciudadanos y los del resto de España. Pero lo de si Llarena se ha equivocado al dar por hechas unas violencias efectivas suficientes para acusar legalmente de rebelión acabará determinándolo la justicia internacional y en un plazo no demasiado largo. Ante un desenlace incierto, a España le convendría más presentar al mundo a Llarena como un juez que pudo acertar o errar en vez de elevarlo desde ahora a la categoría de emblema crucial de nuestra magistratura.c

Aunque sea poco partidario de que convenga la independencia y discrepe de los largos encarcelamientos preventivos que se han producido en este caso, me consuela pensar que el error de mitificar a Llarena tendrá un rebote positivo. A España como estado y a Catalunya como nación les conviene que la justicia internacional entre y sacuda de una vez las reminiscencias que nos quedan de la vieja justicia franquista. Si por nuestra querella interna estamos perdiendo el tiempo en vez de sumarnos a los trascendentales debates modernos estaría bien que por lo menos sirviese para recuperarnos del atraso que llevamos en la plena democratización de nuestra justicia.