LOS LÍMITES DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

La guerra de los lazos aviva la fractura social

Un país partido en dos mitades nunca podrá ser la soñada Catalunya 'rica i plena'

Un camara de televisión es increpado durante la manifestación de España Ciudadana

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Joan Tapia

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Nadie discute -o debería discutir- el derecho de las asociaciones independentistas a colocar lazos amarillos como protesta por la prisión de sus dirigentes y en apoyo al proyecto secesionista. Pero la libertad de expresión tiene el límite de no impedir la libertad de los otros y cuando se invade en exceso el espacio público (concepto ciertamente discutible), puede dar la sensación de que lo que se pretende es monopolizar Catalunya y ningunear a los que no son del 47% que vota separatista. Y este muy plural 53% no está formado por malos catalanes sino por ciudadanos catalanes libres que legítimamente tienen otra idea del futuro del país.

Por eso tampoco nadie puede negar el derecho de los que se creen moralmente agredidos a usar su libertad y retirar los lazos, por mucho que moleste a los independentistas. La situación se encrespa todavía más si hay algún conato de violencia y si la Generalitat ordena a los Mossos que identifiquen a los ciudadanos que retiran lazos. Entonces la partición de la sociedad catalana en dos mitades -con activistas empecinados y poco tolerantes en cada una de ellas- se convierte en una amenaza a la pluralidad y la convivencia social.

Este peligro se ha incrementado los últimos días. Una ciudadana que retiraba lazos amarillos en el parc de la Ciutadella fue agredida el sábado por un ciudadano independentista. Y en la manifestación de protesta del miércoles -convocada por Cs y con presencia de la ministra Dolors Montserrat- fue atacado un cámara de Telemadrid que al parecer llevaba algo amarillo que hizo creer que era de la plantilla de TV-3.

No vamos bien. Estamos afortunadamente todavía lejos de la dialéctica de los puños y las pistolas, pero si ya en peleas personales de índole política con violencia todavía de baja intensidad.

La deriva es inquietante y no ayuda a serenar los ánimos que Albert Rivera y Dolors Montserrat calienten el conflicto (otra cosa es defender los derechos de los no independentistas), ni todavía menos que el 'president' de la Generalitat alerte contra actos fascistas (¿insinúa que Albert Rivera o el 25% de catalanes que votaron a Cs lo son?), repita que Catalunya es un solo pueblo (lo que su comportamiento desmiente), e incluso esté provocando malestar y división en la policía autonómica a la que se encomiendan polémicas actuaciones.

Es posible que Rivera y Montserrat quieran hacer naufragar la política de desinflamación. Es su derecho, pero también su gran error, porque subir la crispación quizás dé votos (no sólo en el resto de España), pero dificulta todavía mas cualquier solución al encaje de Cataluña, el problema más grave de España. Pero ¿qué gana el independentismo alentando la sobreproducción de lazos amarillos y usando a los Mossos para intimidar a los contrarios?

Un país crecientemente fracturado nunca será una Catalunya 'rica i plena'. ¿Prefiere el secesionismo una Catalunya partida, pero bajo su control, que otra menos definida en la que la convivencia en libertad sea el valor dominante?