Opinión | Editorial

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El Papa viaja a Irlanda en medio de la tormenta

Al Pontífice le corresponde acabar con las estructuras y la mentalidad que han hecho posibles la comisión de delitos ignominiosos como los abusos sexuales

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zentauroepp44711165 file photo pope francis holds the book of the gospels as he180821135534 / REUTERS / MAX ROSSI

El papa Francisco llega este sábado a la católica Irlanda en medio de un nuevo escándalo de abusos sexuales en la Iglesia, concretamente en Pensilvania (EEUU), donde un gran jurado reveló los resultados de una investigación según la cual 300 religiosos abusaron de más de mil niños durante varias décadas. El Pontífice ha reiterado las peticiones de perdón. Lo hizo en Chile y lo volvió a hacer tras conocerse lo ocurrido en Pensilvania. Pero él mismo decía que nunca será suficiente la disculpa. Tendrá ocasión este fin de semana de volver a repetirlo en Irlanda, un país que también sufrió durante décadas la infame plaga de los abusos sexuales por clérigos de la Iglesia católica, con casos que se remontan hasta los años 30 del siglo pasado. La tremenda herida sigue abierta en la sociedad irlandesa y Francisco tiene previsto reunirse con víctimas de aquellos abusos durante su viaje.

Porque el daño físico y psicológico causado a miles de niños y adolescentes, abusando de la supuesta autoridad moral inherente al sacerdocio, es de una magnitud que solo merece el oprobio de sus autores. Pero si los hombres de la Iglesia son responsables a título personal, y deberían haber comparecido ante la justicia civil, también lo es la jerarquía eclesiástica que conociendo infinidad de casos los ha encubierto a lo largo de años y años, salvando siempre a los delincuentes e ignorando a sus víctimas. La mayoría de casos han prescrito, pero incluso cuando ha sido la ley canónica la que se ha ocupado de ellos se ha juzgado al abusador ignorando a la víctima, a quien no se ha dado la oportunidad de dar su testimonio o contrarrestar la defensa del acusado en lo que es una perversión de la justicia por muy canónica que sea la ley de la Iglesia.

Los casos de abusos sexuales en la Iglesia, de los que siempre se había hablado en susurros, empezaron a salir en el papado de Benedicto XVI, quien se comprometió a colaborar con la justicia y a perseguirlos. Sin embargo, su magnitud pareció paralizar aquella voluntad. Al papa Francisco le corresponde hacer frente a los escándalos y, como señalaba el arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, ante la visita pontificia, no es suficiente con pedir disculpas. Hay que acabar con las estructuras y con la mentalidad que ha hecho posible la comisión continuada, agravada y extensiva de unos delitos totalmente ignominiosos.