Sombras de censura

Oigo voces

Desde hace un tiempo ganan volumen voces que se cuelan en la mente y pueden llegar a cohibir el momento íntimo y libre de la escritura

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Rosa Ribas

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Se supone que los escritores nunca somos y nos sentimos más libres que cuando estamos escribiendo. En ese momento estamos a solas con el texto y podemos hacer lo que queremos. O eso es lo que creemos. Porque entre todas las voces que nos acompañan mientras escribimos se cuelan, casi siempre sin invitación, otras que nos quieren coartar, frenar, incluso asustar. Que nos llevan a pensar: "¿Puedo escribir esto?"

Está, para empezar, la vocecita insidiosa que a veces todavía nos pregunta qué van a pensar nuestros amigos o nuestros padres al leer lo que estamos escribiendo. Pero si no hubiésemos logrado mantenerla a raya hace tiempo, ni siquiera habríamos empezado a escribir.

Tenemos después el temor a las críticas negativas. Quien no esté dispuesto a enfrentarse a ellas, que no publique, porque siempre las habrá y algunas a veces incluso pueden ser útiles. Pero suelen doler. Basta un 'pero', cuatro letras de nada, para rebajar el comentario más elogioso. Cuatro letras muy poderosas. Toda crítica te deja tocada, pero tenemos la capacidad de recomponernos, lamernos las heridas y seguir.

Estas voces han estado ahí desde el principio y, aunque sea como en un eslalon gigante, cuando se ponen por delante, logramos hacerles una finta y escribir lo que queríamos y deseábamos, tal como queríamos y deseábamos.

Sin embargo, desde hace un tiempo empiezan a ganar volumen otras voces, que se cuelan en la mente y pueden llegar a cohibir incluso el momento íntimo y libre de la escritura. No es solo que vivimos una regresión a los tiempos de la censura, con instituciones y personajes intocables, es que, además, corremos el riesgo de que dentro de la cabeza y debajo de las teclas de ordenador se nos infiltre esa legión de ofendidos crónicos que viven agazapados a la espera de que escribas la palabra que los hará saltar y retorcerse de dolor y rabia mientras te exigen que retires lo que has dicho.

Cada vez gritan más alto y hay que echarlos a patadas de la mente antes de que te lleven a pensar: "¿Puedo escribir esto?" ¡Largo!