Fenómeno social de una antigua costumbre

Tatuarse mola mucho

La cultura popular es capaz de coger una manifestación marginal, periférica, y convertirla en una tendencia de éxito

ilustracion  de leonard beard

ilustracion de leonard beard / .44712504

Marçal Sintes

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La puerta es estrecha y dentro más bien gobierna la oscuridad. La madre sigue a la hija, que ya ha entrado en el establecimiento. Mañana la chica cumplirá 16 años y, como regalo, ha pedido un tatuaje. Su primer tatuaje. Al padre le ha parecido genial. Él luce un antebrazo prácticamente negro. La mujer lleva uno en el tobillo, una figura geométrica, una especie de rosetón del tamaño de un huevo. Tuvieron la niña relativamente jóvenes, y se consideran padres modernos y progresistas. 'Enrollados', aunque a ellos no les gustaría la etiqueta.

Con un halo de rito atávico

Con todo, a la madre no le acaba de agradar que la hija, Clara, se tatúe. Una especie de voz interior, que no puede acallar -como si fuera la voz de su madre- le dice de vez en cuando que aquello no está bien, que aún es demasiado joven. Cuando la voz le asalta se repite que el tatuaje será un tatuaje pequeño, en realidad muy pequeño, en el hombro. Y que solo se verá en verano, con vestido de tirantes o bañador... También se repite a sí misma el que es el argumento preferido de la niña: su mejor amiga hace unas semanas que ya presume de 'tattoo' -una golondrina-, y no es la única de primero de bachillerato que tiene uno...

Clara está ilusionadísima. Un tatuaje la hará mayor de golpe, le concederá otro estatus entre las amigas, una cierta autoridad. Gracias al tatuaje cumplir 16 años será como si de golpe cumpliera 17 o 18... Solo teme una cosa: las agujas. Los pinchazos. No en vano los tatuajes poseen un halo de rito atávico, de prueba iniciática.

Cuando yo tenía 16 años había visto muy pocos tatuajes. Y los que había visto eran tatuajes muy primitivos. Tan primitivos que se distinguían perfectamente las punzadas de la aguja. Algunos estaban hechos en casa con técnicas poco sofisticadas. Había visto grabado algún nombre, algún puñal y, sí, el corazón con el lema 'amor de madre'. Siempre hablo de hombres. Nunca vi una mujer con un tatuaje, aunque seguro que las habría.

En los tebeos, el cine y la televisión, esas marcas solo las llevaban antes los marineros, los piratas, los camioneros y los criminales

En los tebeos, el cine y la televisión los llevaban los marineros y los piratas, los camioneros y los criminales (dicen que ya en la Grecia clásica los tatuajes se usaban para 'marcar' a los delincuentes). En mi adolescencia los tatuajes se asociaban a gente marginal o peligrosa (¿recuerdan los puños de Robert Mitchum en 'La noche del cazador'?). O los músicos. Rockeros con inclinación a dibujarse dragones o serpientes de lengua bífida.

En aquellos tiempos, si a mí o a alguna chica o chico de mi quinta se le hubiera pasado por la imaginación hacerse un tatuaje y, por lo que fuera, se hubiera atrevido a pedirlo, la hubieran tratado de loca o loco y enviado a la cama sin cenar. Esto en el mejor de los casos.

Contrariamente, una generación después, los tatuajes se han convertido en algo que, prácticamente, hay que llevar. Mola mucho. Hoy los que por pereza o -la verdad- desinterés no llevamos ni dibujos, ni pictogramas japoneses, ni frases supuestamente inspiradoras y que dan que pensar somos los que nos sentimos un poco raros y algo estrambóticos. Pasados de moda, de mentalidad antigua y ablandada. Naturalmente exagero, pero hoy si no llevas un buen tatuaje, o -mucho mejor- una buena colección de ellos, casi no eres nadie.

Resulta absolutamente fascinante como, una y otra vez, la cultura popular es capaz de coger una manifestación marginal, periférica, y convertirla en un fenómeno 'mainstream' del que participan con entusiasmo y masivamente desde futbolistas hasta actores.

Los tatuajes existen como quien dice desde siempre y han estado presentes de una manera u otra en todas las civilizaciones. No son nada nuevo. El caso, sin embargo, es que en poco tiempo -en cuestión de ¿cuánto? ¿10, 15 años? -, se han convertido en un elemento con unos significados adheridos con los que un montón de personas se ha ido identificando, apropiándoselos. El acto de autoafirmación que supone grabarse la piel tiene también su gracia y seguramente explica en parte el fenómeno. En un mundo caracterizado por las opciones, el cambio, los vínculos débiles y los compromisos líquidos, hay que admitir que algo que -en principio- es para siempre tiene su atractivo.

Queda por ver si la moda de los tatuajes se perpetúa, se queda, o se va con la misma facilidad y soltura con que ha venido. En caso de que los tatuajes desaparezcan repentinamente, en el futuro habrá que explicar muy bien a los críos por qué hay tantos viejecitas y viejecitos, tantos ancianos, que llevan bajo la oreja, en el pecho o en el brazo grandes dibujos, símbolos incomprensibles o frases del tipo: 'Carpe diem', 'Imposible is nothing' o 'Inhala tu futuro, exhala tu pasado'.