El análisis policial y social de los ataques

Las lecciones del 17-A

Aún queda mucho por aprender de los atentados y urge un profundo debate del modelo de convivencia que queremos

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fcasals44677384 opinion ilustracion de leonard beard180816181211 / LEONARD BEARD

Sonia Andolz

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Llegamos al primer aniversario de los atentados de Barcelona y Cambrils con más información, pero también muchas dudas por responder. Es necesario hacer un análisis y no caer en utilitarismos interesados. Cuando hablamos de crisis (un atentado terrorista lo es, en términos conceptuales), diferenciamos tres etapas: la previsión, la prevención y la gestión. En este caso, parece que hay bastante unanimidad respecto de la tercera –la gran mayoría de la sociedad dice estar satisfecha con la gestión que hicieron tanto los Mossos d’Esquadra como los equipos de emergencias y de la Administración–, pero en cambio, mucha tensión y politización respecto a las dos primeras.

Desde junio del 2015, España está en nivel 4 sobre 5 de alerta terrorista. La previsión supone prever que un ataque puede ocurrir porque hay un riesgo creíble y fundado, unos medios y un potencial agente hostil. Se estudian y analizan unos índices concretos y se hace seguimiento para decretar el nivel de alerta. Aun así, la previsión total no existe y es físicamente imposible asegurar al cien por cien una sociedad. Lo que podemos hacer es reducir al máximo esa posibilidad. Hoy por hoy, la previsión funciona correctamente y se evitan multitud de posibles ataques cada año.

Sombras sobre el proceso de radicalización

Al situarnos en nivel 4, se aumentan los recursos disponibles para la prevención. Ello conlleva que los cuerpos de seguridad del Estado (y de las autonomías con competencias), tengan unidades especiales de inteligencia y antiterrorismo. Ahí hubo los primeros errores o disfunciones. Si esas unidades no comparten toda la información y se coordinan de forma eficaz, la prevención falla y deja vacíos que los agentes hostiles pueden aprovechar. La coordinación policial sin ningún tipo de injerencia política es imprescindible dentro del Estado y a nivel europeo. Es indispensable conocer la motivación de la descoordinación y esa responsabilidad debe ser investigada y juzgada.

Además, los ataques del 17-A deben servir para revisar y mejorar todos los protocolos de prevención. Jóvenes de segunda generación, crecidos en Catalunya, escolarizados y con trabajo, ejecutaron esos atentados mortales. No había indicios de radicalización ni de marginalización. Los agentes sociales de Ripoll no se explican qué falló. El proceso mental que lleva a la radicalización es muy variado y complejo y no disponemos de tipologías lo suficientemente limitadas y asentadas. La islamización de la radicalización es aún muy desconocida y seguimos aprendiendo todos juntos.

Los ciudadanos, en general, no han reaccionado de forma racista y ninguna mayoría relevante ha llevado el discurso islamófobo al primer nivel político

La gestión que se hizo de los atentados y del después merece también un análisis. La crisis tuvo varias facetas. En el campo comunicativo, el protocolo liderado por Patrícia Plaja fue impecable. Informaron ininterrumpidamente en varias lenguas, dando los datos necesarios y suficientes sin especular de forma alarmista y manteniendo la calma.

En el ámbito policial, y a pesar de que las crisis son momentos de mucha dificultad y que solo los mandos policiales saben realmente las decisiones que tuvieron que tomar, se ha intentado cerrar rápido el episodio y no airear los fallos. El rápido dispositivo 'Gàbia' no consiguió atrapar al primer atacante de la Rambla, que logró huir de la zona cero. Cinco de los ocho terroristas fueron abatidos a tiros por los Mossos en lugar de ser capturados y juzgados y falta información sobre la proporcionalidad de ello (se demostró que Younes no llevaba un chaleco de explosivos real). Además, los Mossos habían quitado importancia a la explosión de la casa de Alcanar y no la habían vinculado a ninguna célula yihadista, pese a encontrar cantidades importantes de butano y de productos químicos. Por tanto, en el terreno policial cabe realizar una investigación para detectar los fallos.

Por último, el impacto que queda en la sociedad, el cómo reacciona y las medidas que toma al respecto son lo que en realidad define si los terroristas han conseguido su objetivo (más allá de las víctimas, por supuesto). Ni barceloneses ni catalanes ni españoles en general han reaccionado de forma racista y ninguna mayoría relevante ha llevado el discurso islamófobo al primer nivel político. Aun así, urge un profundo debate del modelo de convivencia que queremos, de qué podemos aprender unos de otros y de cómo queremos acoger a quienes llegan de fuera para que las siguientes generaciones ya no tengan ni siquiera una etiqueta de 'hijos de'. No supondrá una solución perfecta, pero es una medida imprescindible para dejar menos huecos a quienes quieren herir los valores democráticos y de convivencia. Si algo hemos aprendido es que aún nos queda mucho por aprender.