Operación Gandhi

Por mucho que lo intente, Puigdemont no podrá estirar indefinidamente el chicle de la tensión

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, en Berlín, el pasado 25 de julio.

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, en Berlín, el pasado 25 de julio.

Xavier Bru de Sala

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Josep Tarradellas se alejó de ERC para representar a la Generalitat, no a un partido. El todo, no una parte. Carles Puigdemont debería haber adoptado el papel de símbolo resistente de quienes votaron el 1-O. Es lo que le correspondía. Pero ha preferido utilizar su condición de 'president' exiliado para alimentar un proyecto partidista. Los partidos luchan contra los partidos. Una parte, probablemente mayoritaria, de los independentistas se ven obligados a apoyarle como presidente injustamente destituido y criticarle como rival en las elecciones. Más tensiones, más discordia, más fragmentación.

Puigdemont se presenta, salvadas las distancias, como el Gandhi catalán. Liderazgo indiscutible, pureza en las intenciones, solo si me seguís habrá independencia. Cuando el Congreso Nacional Indio se dividió, Gandhi inició un retiro de de anacoreta para presionar en favor de la unidad. Puigdemont pretende que es de todos, pero va contra la mitad o más de los que representa. El impulso a la Crida comenzó con la decapitación de Marta PascalMarta Pascal. Culto a la personalidad y supresión de la disidencia. No se ha visto mejor manera de integrar.

La opción Puigdemont se presenta como la única válida, la única que refuerza la legitimidad, la que invoca y aproxima el advenimiento de la República. Sus votantes son los buenos, los de Esquerra son colaboracionistas. Los de la CUP están bien motivados pero mal depositados. Una operación Gandhi que da la vuelta a Gandhi como un calcetín. Puigdemont disimula mal su agresividad. Gandhi encabezaba la procesión, Puigdemont repica.

Pero la distancia entre la propaganda, coronada con amenazas de elecciones en Catalunya y España, y los hechos puede resultar insalvable si Esquerra resiste y la CUP no abandona sus constantes denuncias de fraude a la República. En otoño se comprobará hasta qué punto la operación Gandhi arrastra el electorado de ERC. Si los sondeos continúan, como es de prever, favorables al partido que ha abrazado el realismo posibilista, Puigdemont tendrá un problema con sus seguidores. Les habrá llamado a la impaciencia sin que el objetivo se aproxime.

El dilema de otoño

El dilema es diabólico. Si en otoño convoca y la balanza de los votantes se inclina por ERC, habrá perdido como politiquero la primacía que había ganado como 'president'. Peor aún si no convoca por miedo a perder, porque cuanto más tiempo transcurra más se le verá el plumero. Puigdemont avanzó a ERC en un momento de extrema tensión. Por mucho que lo intente no podrá estirar indefinidamente el chicle de la tensión.

El éxito de la operación Gandhi depende de dos vectores. Que Puigdemont arrincone a Esquerra y que el independentismo obtenga la mayoría absoluta de votos. No parece que las circunstancias coadyuven. La política divisoria tampoco.

En 1926, Gandhi consideró la sentencia de seis años de prisión como un honor. La independencia de la India se consiguió tras multitudinarias campañas de desobediencia civil con dimisiones masivas de funcionarios. No con una amenaza pueril de elecciones.