ANÁLISIS

Un aire a retroceso

La presidencia de Duque presagia una marcha atrás en temas clave como la paz y la relación con Venezuela

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Mauricio Bernal

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El alcance de las medidas que pondrá en marcha para corregir los acuerdos de paz con las FARC, y especialmente los efectos que pueda tener esa corrección sobre la rutina diaria de los colombianos, proyectan una sombra de inquietante incertidumbre sobre la presidencia de Iván Duque, que empieza este martes. La contundente cosecha de votos en la segunda vuelta de los comicios que lo enfrentaron con su émulo de la izquierda, Gustavo Petro, no representan sin embargo un pasaporte para todo, habida cuenta de que el exguerrillero del M-19 y candidato de Colombia Humana también puede presumir de respaldo: 10 millones de votos contra 8 millones, en números redondos. El país, como tantos otros, está dividido en prácticamente dos mitades, y Duque intuye que hay unas líneas rojas en la modificación de los acuerdos que no puede traspasar.

Duque intuye que hay unas líneas rojas en la modificación de los acuerdos que no puede traspasar

Pero lo hará. No traspasar las líneas rojas: modificar el acuerdo. Lo dijo en campaña y lo ha repetido con insistencia desde que las urnas certificaron su victoria, el pasado 17 de junio. El voto de derecha, de centroderecha e incluso de ultraderecha que ha aupado al poder al presidente más joven de la historia de Colombia –42 años– siente que fue una injusticia que se refrendara la paz a pesar de la victoria del ‘no’ en el plebiscito de octubre del 2016, y entiende el acceso de Duque al poder como el primer paso para enmendar el agravio. Con qué medidas complacerá esa demanda; cómo contemporizará con un Congreso donde las fuerzas están repartidas y con una oposición reforzada por el excelente resultado de Petro; y sobre todo: cómo reaccionará la FARC (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común), el partido heredero de la guerrilla desmovilizada, son las incógnitas de un mandato sobre el que planea un morboso elemento añadido: Álvaro Uribe. Cuánto poder va a ejercer en la sombra el expresidente, padrino político de Duque, es un temor que taladra a la oposición. Incluso a pesar de sus problemas con la justicia.

Lo cual no es baladí, no solo en clave interna –Uribe lideró el ‘no’ en el plebiscito, y ganó–, también en clave exterior. El señalamiento que hizo el presidente Nicolás Maduro tras el rocambolesco atentado con drones, cuando acusó al presidente saliente, Juan Manuel Santos, de estar detrás del ataque, recordó a colombianos y venezolanos los peores momentos de la relación entre los mandatarios Uribe y Hugo Chávez, que en el 2008 degeneró hasta el despliegue de tropas venezolanas en la frontera. La llegada de Santos al poder mejoró sensiblemente la relación bilateral, pero con el nuevo mandatario las perspectivas no son halagüeñas. Duque ha dicho que denunciará a Maduro ante la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, y que ni siquiera se plantea nombrar embajador ante un gobierno que considera ilegítimo. Si acusar al Ejecutivo colombiano del atentado forma parte de una estrategia para desviar la atención de los problemas internos, como sugieren no pocos analistas, para Maduro probablemente no sea del todo una mala noticia la llegada de un pequeño Uribe al poder. Todo tiene un aire a retroceso.