Paralelismos entre dos movimientos políticos

'Brexiters' y soberanistas

En el 'brexit' y en el independentismo catalán los argumentos han perdido peso en favor de las emociones

Ilustración de Leonard Beard

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Josep Martí Blanch

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En vísperas de Sant Jordi las estanterías de las librerías catalanas se quedaron pequeñas para acoger en sus baldas tanto libro sobre el 'procés' como se les vino encima. Si aquello les pareció una exageración, sepan que no es nada en comparación a los títulos dedicados al 'brexit' que, literalmente, anegan las librerías londinenses desde hace dos años. Solo la producción académica reciente (dejando a un lado los incontables 'instant-books' dirigidos al lector no especializado) referida al estudio del binomio 'brexit'-populismo obligaría a desembolsar más de 5.000 libras a quien quisiera adquirirla toda.

No puede sorprendernos tanta producción literaria. A fin de cuentas, 'brexit' y 'procés' suponen una radicalización extrema del debate político que, inevitablemente, crea una demanda insaciable de información en buena parte de la ciudadanía que sabe o intuye hasta qué punto puede cambiar la vida que ha llevado hasta el momento. Hay que saber qué, cómo y por qué ha pasado lo que ha pasado y también intentar anticiparse al qué, cómo y cuándo de lo que pasará.

Desavenencias internas

Y aun así, con tantas páginas destinadas a dar explicaciones, lo cierto es que pasados más de dos años desde el referéndum y con la fecha y hora oficial de salida del Reino Unido de la Unión Europea escrita en todas las agendas (29 de marzo del 2019 a las 11.00 p. m.) nadie sabe a ciencia cierta en las islas británicas qué es lo que va a suceder. ¿Habrá acuerdo con la UE? ¿No lo habrá? ¿Se negociará una prórroga? El lío es tan descomunal que incluso la 'premier' británica, Teresa May, intentó avanzar unos días el cierre del Parlamento para evitar que las desavenencias entre los propios conservadores fueran a más. Los malintencionados tienen ahí una nueva similitud con el 'procés', que ha cerrado el curso parlamentario dejando para septiembre la decisión sobre los diputados suspendidos por el juez Llanera ante las desavenencias sobre el fondo del asunto entre los socios de gobierno de JxCat y ERC.

Tim Shipman, editor político del 'Sunday Times' (centrista) y autor de dos libros muy celebrados sobre el 'brexit' -'All Out War' y 'Fall Out', escribe esta semana en 'The Spectator' (el semanario que ejerce de biblia conservadora) que los 'brexiters' ganaron porque se limitaron a defender la salida de la UE, pero sin explicar de qué modo se haría. El lienzo estaba en blanco. Entre otras cosas porque ni los que ganaron el referéndum esperaban ganarlo ni los que lo perdieron hubiesen tan siquiera soñado jamás que eso podía ocurrir. De ahí que sea ahora, cuando hay que hacer efectivo el mandato de los ciudadanos, que todas las facciones y partidos se enzarcen en luchas cada vez más cainitas por hacer prevalecer su mirada, sea esta la del 'soft-brexit', la del 'hard-brexit' o la de un segundo referéndum que, dicho sea de paso, no serviría para nada más que no fuera la de traicionar la voluntad mayoritaria expresada ya por los votantes. 

El 'procés', a pesar de las hojas de ruta impracticables que lo adornaban hasta octubre del 2017, también era un lienzo en blanco que no exigía más detalle que el de solemnizar discursivamente un deseo. El "ara és l’hora" del soberanismo era el equivalente del "Take back control" de los brexiters británicos, una simple expresión de la voluntad sin definir cómo y de qué manera. Después, llegado el momento de escoger pincel, es cuando ha quedado claro que el acuerdo de los actores solo era sobre la necesidad de pintar, pero que cada uno tenía en mente tonalidades cromáticas distintas con las que colorear. Así lucen, a fecha de hoy, tanto el 'brexit' como el 'procés'.

En ambos casos los argumentos racionales han ido perdiendo peso en favor de la emotividad. Justo después del referéndum británico, Boris Johnson, uno de los 'Bad Boys' conservadores que más contribuyó a decir adiós a Europa y recientemente dimitido como ministro de Exteriores por la tibieza excesiva de Theresa May en las negociaciones con la UE, ya dejó claro que lo principal para entender la victoria del 'brexit' eran las emociones y no los argumentos. Como en Catalunya, donde también la emotividad ha ido in crescendo hasta el punto de que, desde octubre, nada de lo que sucede en el 'procés' puede entenderse sin el secuestro emocional que sufren los votantes soberanistas emparedados entre un Estado y una justicia española que actúa al amparo de la fuerza y la venganza y las malas decisiones políticas de los líderes soberanistas.

El 'brexit' es ley. El 'procés' una aspiración. El 'brexit' lo maneja el Gobierno británico. El 'procés' lo combate el Estado español. Son tan diferentes. Y aun así, son tan similares vistos de cerca.