Opinión | EDITORIAL

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Sánchez: ley y diálogo en Catalunya

El presidente niega que el independentismo representa a la mayoría de la sociedad catalana

Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa que ha ofrecido tras el Consejo de Ministros.

Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa que ha ofrecido tras el Consejo de Ministros. / EMILIO NARANJO

Con el viento a favor de la última encuesta del CIS, que le da al PSOE una cómoda ventaja sobre el PP, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ofreció el viernes una rueda de prensa de balance de su Ejecutivo, que apenas tiene dos meses de vida. Esta rueda de prensa estival se ha convertido en una especie de tradición desde que empezó a ofrecerlas José Rodríguez Zapatero. Solo hace falta echar un vistazo a la de hace un año para calibrar el cambio ocurrido en estos 12 meses. Entonces, el presidente del Gobierno era Mariano Rajoy y Sánchez acababa de regresar a la secretaría general de su partido. Hoy Sánchez está en la Moncloa, Pablo Casado es el líder del PP y el Govern de la Generalitat de entonces está ahora casi en su totalidad o en prisión o en Europa, fuera del alcance de la justicia española.

Sánchez gobierna en tiempos convulsos, pues, sin mayoría en el Congreso y con una oposición y unos supuestos socios que no le darán cuartel. No han pasado aún cien días y ya ha podido comprobarlo en sus propias carnes en el Congreso con la fallida votación de la senda de déficit. Consciente de ello, la intervención de Sánchez ante la prensa no fue triunfalista, sino serena, con el claro objetivo de ofrecer una imagen institucional, de estadista. El presidente del Gobierno envió mensajes firmes en el tema migratorio y reiteró que se exhumarán del Valle de los Caídos los restos del dictador Francisco Franco.

Pero fue el tema de Catalunya el que centró gran parte de su intervención. Sánchez fue claro en el marco con el que afronta la crisis institucional: ley y diálogo. No piensa judicializar más lo que considera un problema político y afirmó que sea cual sea la solución, esta pasa por una votación, pero no sobre la secesión, un proyecto que no cuenta con el apoyo de la mayoría de los catalanes, sino sobre una reforma del Estatut o de la Constitución que sí tenga un respaldo mayoritario en la sociedad catalana. De esta forma, Sánchez pone presión en el campo independentista, ya que le niega la mayor: su estrategia de arrogarse la representación de toda Catalunya cuando el independentismo nunca ha logrado la mayoría en votos en ninguna de las votaciones celebradas. Sánchez no evita el debate político en el tema catalán, y esta diferencia con su antecesor es de por sí una buena noticia.