Romper la baraja

Se ha visualizado el temor a contrariar a Puigdemont por el riesgo a ser tachado de traidor

Carles Puigdemont y Quim Torra, en el balcón de la "Casa de la República", en Waterloo, en Bélgica.

Carles Puigdemont y Quim Torra, en el balcón de la "Casa de la República", en Waterloo, en Bélgica. / ACN / LAURA POUS

Astrid Barrio

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Después de la negativa del tribunal de Schleswig-Holstein de extraditar a Carles Puigdemont por el delito de rebelión, de la posterior retirada de la euroorden, de la Crida Nacional per la República hecha por el propio Puigdemont aprovechando el 'momentum' y del accidentado congreso del PDECat en el que la opción posibilista capitaneada por Marta Pascal fue derrotadaMarta Pascal -no sin una notable contestación interna que se expresó en un elevado voto de castigo a la nueva dirección-, se plantean muchas dudas acerca de la nueva fase en la que parecía haber entrado la política catalana y española.

La recuperación de un protagonismo que parecía haberse esfumado por parte de Puigdemont supone una clara amenaza a la distensión que se había abierto tras la moción de censura a Mariano Rajoy y la investidura de Pedro Sánchez y en Catalunya, de Quim Torra.

El independentismo se encuentra dividido desde el 21 de diciembre no en cuanto a su objetivo final, la independencia,  sino en cuanto a la estrategia a seguir. Por un lado están los pragmáticos entre los que se cuentan ERC y una parte del PDECat y de Junts per Catalunya -pero también otros sectores del soberanismo como Lliures, Units per Avançar o el propio Santi Vila- que son partidarios de aprovechar las oportunidades del autonomismo, de renunciar a las prisas, de ampliar la base y de posponer 'sine die' la vía unilateral que tan pocos beneficios y tantos costes ha generado.

Por el otro están el resto de JxCat, la CUP y la ANC, una suerte de moderno carlismo que defiende la restauración del presidente depuesto, que es partidario de mantener la confrontación con el Estado, de explotar el frente judicial y de implementar el supuesto mandato del 1-O a pesar del indiscutible riesgo que supone de volver a la casilla del 15,  por no hablar de las eventuales derivadas judiciales.

Líder supremo

Las divergencias son muy evidentes, pero nadie se atreve abiertamente a desafiar los dictados de Puigdemont, que se ha instalado de nuevo en la Casa de la República en Warterloo y que ha sido elevado a la categoría de líder supremo. El temor a contrariarlo a riesgo de ser tachado de traidor se ha visualizado en la renuncia de Pascal a seguir dirigiendo el PDECat, en la parcial negativa a apoyar el incremento del techo de gasto propuesto por el Gobierno de Sánchez o en el cierre del Parlamento hasta septiembre ante la incapacidad de los diputados catalanes de afrontar la resistencia de Puigdemont a acatar su suspensión dictada por orden judicial.  

Pero, mientras, después siete años se ha reunido la comisión bilateral Estado-Generalitat. Sobre la mesa, los presos y el referéndum, pero sobre todo mucho autonomismo. Falta reconocerlo sin ambages. Aunque hacerlo suponga romper la baraja y asumir que hay vida más allá del proceso. Y mayorías alternativas.  Un escenario que depende del PDECat, imprescindible para la estabilidad parlamentaria en el conjunto de España y si quisiera también en el Parlamento catalán. Y si decidiera hacerlo aun a riesgo de romperse no estaría solo.