En la muerte de César López Rosell

Un hombre tranquilo

Toda una generación de periodistas leridanos (y muchos barceloneses) nos sentimos hoy huérfanos de un hombre bueno que nos enseñó lo maravillosa que podía ser la profesión periodística

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Tatxo Benet / Periodista y socio del Grupo Mediapro

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Ni la rapidez de las redes sociales ha sido suficiente para que me entere con tiempo de la muerte de César López Rosell. Asistir a un funeral reconforta a los familiares más cercanos, a quienes la pérdida ha castigado más duramente, pero también reconforta a los amigos que durante varias etapas de la vida le acompañaron y por unos momentos se ayudan unos a otros para recordarlo y compensar así su ausencia.

Yo no pude ir al funeral de César. Y no he tenido, por tanto, la posibilidad de confortar sus parientes ni de obtener el confort mutuo de los amigos comunes. Solo, en la lejanía, recuerdo aquel chico jovencito que venía a casa en Lleida a trabajar con mi padre en 'El Correo Catalán'. Lo recuerdo cogido el teléfono de casa dictando una crónica a la redacción de Barcelona, mientras mi padre tecleaba en su vieja Royal un nuevo artículo. El comedor de casa convertido en la delegación de 'El Correo' en Lleida, con mis cuatro hermanos y yo haciendo alboroto por toda la casa.

Años después, cuando yo aún no había cumplido los 18, entré a trabajar en 'El Diario de Lérida'. Allí estaban Toni Mallo, Josep Ramon Correal, Lluís Visa, Jaume Boix, el Baldo ... amigos de aquella época admirable de 1975 en que todo estaba por hacer y todo era posible. Todos se habrán reencontrado en el tanatorio para el último adiós a César. Siento no haberles podido abrazar.

Un cariño y confianza especiales

César era nuestro redactor jefe. El guía imprescindible de un grupo de jóvenes que pensábamos que lo sabían todo. Este es mi César, mi primer redactor jefe, mi primer Jefe. Creo que no me equivoco cuando pienso que desde el primer momento César me mostró un cariño y una confianza especiales. Dicen que cuando empiezas en cualquier profesión, es básico que alguien te anime a continuar y te haga subir la autoestima. Esto hizo César. Entendió que a alguien de 17 años lo único que se podía hacer era animarle, destacarle solo las cosas positivas, que fuera yo mismo quien descubriera las negativas por descarte. Quizá gracias a él continué trabajando como periodista: cuando leo todo lo que escribía aquellos días y que César, tiernamente, nunca censuraba, me da incluso vergüenza.

César era un hombre tranquilo, un periodista tranquilo. Nunca perdía la calma, ni en los muchos momentos en que toda la redacción era un estruendo de gritos. Hombre de pocas palabras, se transformaba delante de la máquina de escribir y era capaz de sacarle jugo a la anécdota más insignificante. Era un hombre bueno y, sobre todo, un periodista bueno. Siempre lejos de tantas conspiraciones de cuarta categoría tan frecuentes en el mundo del periodismo.

César entraba en la redacción a trabajar, a hacer su trabajo, a llenar de información las páginas en blanco del diario. Él creía en el periodismo como un oficio muy sencillo, sin complicaciones: buscar la noticia, confirmar y transmitirla a los lectores. Otros se dedicaban, mientras tanto, a la conspiración de cuarta.

Como César había pocos

A lo largo de los años coincidimos en el 'Catalunya Express' y más tarde en 'El Periódico'. Yo me fui y él se quedó en lo que sería su diario durante unos treinta años. Últimamente me lo encontraba en los conciertos de música del Palau o del Auditori. Aquel chico al que yo escuchaba en mi infancia dictando crónicas desde el teléfono de casa terminó su carrera de brillante crítico de música clásica. Pero lo hizo a su manera. Como siempre, poniendo al lector por delante. A diferencia de tantos otros críticos que pretenden, en primer lugar, demostrar su cultura y sabiduría, César tenía como objetivo que el lector se transportara al concierto que acababa de escuchar, explicándole con adjetivos claros y al alcance de todo el mundo la maravilla de la música.

Toda una generación de periodistas leridanos (y muchos barceloneses) nos sentimos hoy huérfanos de un hombre bueno que nos enseñó lo maravillosa que podía ser la profesión periodística. La persona que, justo al principio de nuestras carreras, nos hizo creer con su ejemplo que el periodismo era un oficio de buenas personas. Después, amargamente comprobamos que como César había pocos.

César López Rosell, el hombre bueno, el hombre tranquilo, el Periodista.

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