Narcopisos

La chica de Sant Antoni

No nos podemos olvidar de las víctimas que está provocando esta siniestra lacra de la droga y que no todas las soluciones son policiales

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Eva Arderius

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Me crucé con ella en el mercado de Sant Antoni de Barcelona, una zona completamente renovada, diáfana, tranquila, nada que ver con el Raval de dónde probablemente venía.  Una zona en la que no resulta habitual encontrarse con personas tan castigadas por la droga, quizá por eso llamaba especialmente la atención. La chica que me pidió que le comprara algo para comer no tenía más de 30 años y no pesaba más de 40 kilos. El primer instinto fue pasar de largo pero me impactaron sus piernas delgadísimas tapadas con unas mallas, su jersey de manga larga en plena ola de calor, sus ojos medio cerrados y la bolsa de supermercado con toda su ropa arrugada dentro.

No quería dinero, quería comer. Le ofrecí un bocadillo, pero hacía días que solo se alimentaba de pan y además el mal estado de sus dientes le impedía morderlo. Prefería unos cereales, entramos en la primera tienda de comestibles que encontramos y escogió un paquete con dibujos infantiles. Le ofrecí también unas manzanas -“demasiado duras”, me dijo- y optó por un par de plátanos. Le pregunté, de pura impotencia, si tenía familia, si sabía que existen ayudas, si había ido a un comedor social y si tenía alguien que le echara una mano. Su respuesta más larga fue: “En la vida había hecho muchas tonterías”. Le costaba articular las palabras y caminaba arrastrando los pies.

Probablemente ella es una de las personas invisibles que mantiene el negocio de los narcopisos. Enric Canet, del Casal dels Infants, me insistía el otro día en dos cosas: que no nos podemos olvidar de las víctimas que está provocando esta siniestra lacra y que no todas las soluciones son policiales. Comprendo muy bien lo que me quería decir. No hay mejor manera de entenderlo que ponerle cara, que ver cómo la droga, muy barata, que circula por el Raval, está triturando vidas y constatar que esto está pasando en pleno centro de una ciudad preciosa. Una ciudad de postal que, a veces, cuando deja ver su cara más cruel, asusta.