Te tengo en cinta

Todos los links se parecen, pero cada cinta recopilatoria es diferente

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Miqui Otero

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La diferencia entre mandar un link y hacer una cinta recopilatoria es la misma que existe entre teclear un wasap y escribir una carta. Que es la misma que dista entre dar un dato e imaginar un cuento. La misma que hay entre un emoticono que llora o ríe y una persona que llora o ríe.

Para hacer una cinta había que comprar la cinta, recortar la portada, rotular el lomo, oler el cromo y calcular los minutos. Era un ejercicio de contención, como un texto encargado con un número máximo de caracteres. En 90 minutos, como en un partido de fútbol, se decidía la vida. No es que te definieras en ese rato, sino que en lo que duraba el casete explicabas una versión de ti que querías que la otra persona se creyera aunque no te la creyeras ni tú (esa canción de soul, con ese jingle publicitario de Coca-cola, con ese 'hit' punk, con ese requiem de Mozart, ¡soy yo!). 

En la Era de las Cintas Recopilatorias, se podía dividir a la población en cómo las hacía. Los que adornaban la portada con fotos de revista o con dibujos propios o poniendo los títulos de las canciones. Los que dejaban que el final de la Cara A interrumpiera una canción o los que usaban temas instrumentales (música clásica, surf-rock sin cantante, bandas sonoras, chistes de Eugenio, silencio profundo) para llegar al final. Los que colocaban la canción que daba título a la cinta en el segundo lugar, después de una obertura, y los que la plantaban para abrir. Los que titulaban la cinta con el nombre de la persona con la que querían intimar, los que empleaban el título de una canción y los que tiraban de títulos más genéricos (Momentos, Veranito, Loco loco). Los que intentaban ordenar la vida separando la cara de las lentas y la de las rápidas y los que las alternaban porque aceptaban que la vida era eso. Los que las llamaban Varios o Recopilata o Cinta o Mixtape.

Artefactos únicos

Todos tenían en común que las preparaban para gente que querían. Porque uno puede mandar un link (incluso trufado de virus) de youtube o Spotify a un enemigo, pero es más difícil que se moleste en explicarle algo preparando artesanalmente, una cinta con canciones que le hablen a él y solo a él. Tú regalabas no solo la cinta, sino también el tiempo que habías invertido en pensarla y hacerla. De hecho, estos artefactos de ficciones posibles servían para decir lo que no podías decir en directo, así que algunos, incluso, subrayábamos versos de canciones o intentábamos decir cosas a través de sus títulos. Cosas enormes, demasiado grandes y demasiado dramáticas y demasiado cursis, que es como siente un adolescente. Cosas que sonaban mejor en inglés o simplemente en cinta. Que se rebobinaban con bolígrafo y perdían sonido y brillo y se ralentizaban cuando envejecían. Cosas que querías y no tenías. Como cuando no tenías el elepé o el cedé pero alguien te lo grababa y entonces decías: Sí, yo lo tengo en cinta. Cuando las grababas tú para gente que querías tener en tu vida.

Giles Smith escribe en su libro 'Lost in music': "No sé cómo la gente podía besarse antes de la invención del tocadiscos". Yo, desde luego, poco habría conseguido antes de la invención de las cintas recopilatorias. Yo era esos casetes. Todavía, sospecho, lo soy.