Al contrataque

Ingmar Bergman

No tengo ni idea de cómo será el mundo dentro de cien o de quinientos años, pero me parece que la gente seguirá metiéndose en el cine un sábado de verano por la tarde para ver 'Fresas salvajes'

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Milena Busquets

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Hace unos días se cumplieron cien años del nacimiento de Ingmar Bergman. Con Bergman me ocurre un poco como con los animales, las personas a las que no les gustan me despiertan inmediatas sospechas.

Bergman fue uno de mis ídolos durante la adolescencia. Pasé horas discutiendo con mi profesor de filosofía, un francés inteligente, jovial y seductor que en aquel entonces me parecía un anciano pero que era sin duda más joven de lo que yo soy ahora, que lo consideraba demasiado oscuro y torturado. Monsieur Dupond ya era lo bastante mayor para saber que la felicidad y la alegría son aspiraciones vitales lícitas. A mí, una renacuaja impertinente de 14 años que había nacido y vivido bajo un sol tibio, claro y benevolente, solo me interesaban, porque no las conocía todavía, la penumbra y las profundidades. Leía a Rimbaud y a Camus, escuchaba a Lou Reed y veía las películas de Ingmar Bergman y de Visconti.

Un día que debía estar especialmente beligerante, me levanté de mi pupitre al acabar la clase, me acerqué a la mesa del profesor y le dije: “Es muy probable que Ingmar Bergman sea un hombre torturado y que sufra mucho, pero en los momentos de intensa felicidad, seguro que es mucho más feliz que usted.” Monsieur Dupond no me dio la razón pero tampoco se enfadó. El Liceo Francés de aquella época era un lugar extraordinario.

A los 17 años, cuando hice mi primer Interrail, decidí ir a Suecia a conocer a Bergman y convencí a mi mejor amiga para que me acompañara. No conocíamos a nadie y no teníamos ni idea de cómo dar con Bergman, solo sabíamos que vivía en la isla de Farö. Pensamos que ya nos lo encontraríamos por allí. No nos lo encontramos, claro, ni siquiera logramos llegar a su isla, nos gastamos todo el dinero que nos quedaba en dos entradas para ver a los Rolling Stones en Gotemburgo y luego no tuvimos más remedio que regresar.  

Desde hace algunas semanas, la Filmoteca de Barcelona está dedicando un ciclo a Ingmar Bergman. El sábado decidimos ir a ver 'Fresas Salvajes', mi película favorita. Hacía un día espléndido para ir a la playa y además había un montón de festejos en Barcelona así que pensamos que el cine no estaría muy lleno. Había cola en la calle y la sala estaba repleta de gente de todas las edades. Al final, algunas personas aplaudieron, los demás parecían un poco aturdidos, como si acabaran de despertar de un sueño o regresaran de un lugar muy lejano donde habían tenido vivencias muy importantes. No tengo ni idea de cómo será el mundo dentro de cien o de quinientos años, pero me parece que la gente seguirá metiéndose en el cine un sábado de verano por la tarde para ver 'Fresas salvajes'. Creo que a Bergman le haría ilusión.