LA CLAVE
El comité central del patriarcado
El poder patriarcal se resiste a su ocaso y echa mano de un amplio arsenal represivo: desde la violencia machista hasta la ridiculización rancia y estúpida del movimiento feminista
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI
Esto va de mujeres y de hombres. Y de poder. Y también de represión. Y de estupidez.
Filósofos, sociólogos, historiadores, psicólogos y lingüistas polemizan desde el albor de la civilización sobre la noción de poder. De Aristóteles a Weber, de Maquiavelo a Gramsci, de Nietzsche a Foucault, los pensadores van cincelando y categorizando el concepto, a menudo con aristas contrapuestas o directamente contradictorias.
Ya sea concebido como dominio jerárquico, fuerza autoritaria, cultura hegemónica, yugo persuasivo o sistema de relación de fuerzas, el poder presenta una característica inherente: una resistencia extrema a desaparecer, a ser doblegado y sustituido por otro dominio, otra fuerza, otra cultura u otro sistema.
No hay poder que no rechace y se oponga a su propio ocaso. Esta oposición puede manifestarse de maneras muy distintas, no necesariamente excluyentes entre sí. La resistencia del poder a sucumbir puede tomar forma de persuasión o de adaptación evolutiva. Pero con gran frecuencia se presenta con el rostro escalofriante de la represión: ridiculización, humillación, estigmatización, marginación o eliminación del disidente.
En el XXI, la igualdad plena
Dominio, cultura o sistema difuso de poder, el patriarcado se siente amenazado. Seriamente amenazado, a juzgar por la intensidad de su reacción represiva. En el siglo XX, la mujer conquistó el espacio público en las sociedades industrializadas occidentales, hasta entonces coto exclusivo del hombre. Y en el XXI, exige y se dispone a conseguir la igualdad plena en ese espacio.
No hay un comité central del patriarcado que fije la doctrina y planifique y ordene acciones para frenar la amenaza que se cierne sobre su poder milenario. La reacción es individual y, a falta de comité central, busca legitimación y obtiene amparo en el mandato de una cultura social decadente pero históricamente hegemónica.
En el amplio arsenal de opciones represivas de este dominio crepuscular figuran desde la violencia machista hasta las burlas rancias sobre el movimiento feminista. Y también la ridiculización estúpida de los temores de las mujeres, tan ancestrales como el poder que los desata.
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