Dos miradas

Desprecio

En Catalunya, la construcción simbólica de Convergència, la misma bajo la que ocultó su corrupción, sigue muy viva. Una combinación de exaltación de lo propio y menosprecio de lo español. Como un tuit reciente de Gerard Quintana

Gerard Quintana.

Gerard Quintana.

Emma Riverola

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Tuit del 11 de julio de Gerard Quintana, el cantante de Sopa de Cabra: “Menuda piltrafa de país os está quedando...Entre Juan Carlos, Llarena, el trato d favor al Guardia Civil y al militar de la manada, los Billiy el niño, Martin Villa y demás torturadores y asesinos chupando del bote, la policia aporreando el 1O, C's, PP i Vox desatados... #IsPain”.

La lista de agravios de Quintana puede concitar la adhesión de la mayoría, en Catalunya y en el resto de España. Es hiriente la impunidad de los torturadores, la libertad provisional de ‘La manada’, las cargas del 1-O, los abusos de la monarquía… Pero, inoculado en ese mensaje, hay una carga de desprecio impropio. Una diatriba contra unas personas y unas instituciones concretas convertida en una lacerante crítica a un país entero. Como si se acusara a todos los catalanes de ser los corruptos del 3% (por poner una cifra discreta) y formar parte de su contubernio político, económico, social y mediático dominante.

Al fin y al cabo, la justicia española también ha sido capaz de condenar al PP. Y el Congreso lo ha apeado del Gobierno. En Catalunya, la construcción simbólica de Convergència, la misma bajo la que ocultó su corrupción, sigue muy viva. Una combinación de exaltación de lo propio y menosprecio de lo español. Como el tuit de Quintana. Como la banalidad del desprecio. Tan gratuito, tan valioso para construir un imaginario supremacista.