Los colores que viven con nosotros

Hace pocos días una amiga me dijo: "Te sienta bien, este color". Me miré la camisa, inconsciente de cuál me había puesto aquella mañana. Entonces me di cuenta que se trataba de una camisa que se podría calificar de color beis, quizá un poco claro, tal vez un poco gris.

El mundo de los colores no me parece fácilmente definible, lo encuentro un punto caótico, si se va más allá de un rojo muy rotundo, de un azul-azul. Y, naturalmente, abandono las posibilidades de matizar. Los matices son por ellos mismos indescriptibles, necesitamos una serie de comparaciones con otros. Los vendedores de prendas me hablan de un rojo más bien sangre, de un azul marino, un azul cielo, un amarillo naranja... Hemos aceptado los nombres por aproximación. Incluso el blanco y el negro tienen sus matices.

Un texto que habla de la nueva temporada de la moda puede mostrar unos labios intensamente rojos, poderosos, enérgicos, vibrantes. Un 'rouge' que se impondrá en una escena teatral o en Hollywood. Un clásico escribió que el rojo es un color que se aferra, una vigorosa manera de decir que atrae, que seduce.

No sé si a las chicas y las mujeres de hoy identifican el rojo como un color que atrapa, que seduce. Mi impresión -simplemnte observandola calle- es que el rojo es un color que atrae y puede seducir. El rojo preside los colores, y aquella simbología antigua ha cedido el paso a una notable libertad del vestuario. Aquella simbología antigua se ha difuminado.

Pero es necesario ser prudentes. Pienso que el buen vestuario debe tener algún toque de caricia. Pienso que es más agradable un vestuario acariciable que un vestuario impositivo, si es que se trata de conectar. Todas las modas de los colores se pueden interpretar. Pero hay uno que no es dependiente de gustos privados. Hay un rojo que es amigo de todos. El rojo de la Cruz Roja.