IDEAS
Corazón de metal
Ramón de España
Periodista
Ramón de España
Todos los adictos al heavy metal que he conocido en la vida eran unas bellísimas personas, cosa que no puedo decir de ciertos individuos más cercanos a mis gustos musicales. El heavy metal, lo confieso, es una variante del rock que me aburre a morir y tengo serios problemas para distinguir a un grupo de otro. Pero sus devotos son adorables: tipos bondadosos, ingenuos y un poco pueriles con un código de conducta intachable e incapaces de hacer daño a una mosca. Aún me acuerdo de Fats -él decía Fast (rápido), de la misma manera que Flowers asegura que Dylan es “the bets of the bets” (las apuestas de las apuestas)-, portero de un club del Madrid de la Movida, que dividía a todos los grupos de rock en dos grandes colectivos, “los auténticos” y “los pasteleros”. Un día me lo crucé por la Gran Vía con la parienta, los dos con chupa de cuero y empujando un cochecito de bebé: estuve a punto de acercarme para ver si ya le habían enjaretado la chupita al rorro, pero al final me conformé con un saludo a distancia.
El heavy metal se toma muy en serio a sí mismo, carece por completo del más mínimo sentido del humor y cuenta con unos ídolos que no lo ponen fácil para interesarse por ellos (véase la página del pasado sábado en este diario, ocupada por una entrevista a Gene Simmons, el bajista de Kiss que lleva cuarenta años sacando una lengua de palmo y medio, y por una crónica del concierto en Can Zam -por cierto, el Rock Fest ganaría mucho si lo presentara Justo Molinero vestido de cuero de los pies a la cabeza- de Ozzy Osbourne: el primero no dice más que tonterías, ¡a su edad!, y el segundo está tan sonado por el alcohol y las drogas que sería cruel tomárselo a chufla. Pese a todo, mi corazón estaba este fin de semana en Can Zam, aunque el resto del cuerpo no se moviera del sofá, pues me resultan entrañables esos tíos de mi edad que siguen agitando la melena que conservan y haciendo como que tocan la guitarra, casi tanto como Fortu, de Obús, intentando pillar cacho con Antonia Dell'Atte.
Los metaleros soportan estoicamente el pitorreo que genera su música favorita, aunque el género siempre dé armas al enemigo: ¿no eran igualitos The Darkness a la banda ficticia de la película 'This is Spinal Tap'? Y cuando se ponen sensibles, lo hacen con unas baladas empalagosas que ni Barry Manilow, detalle que, ¡soy un sentimental!, incrementa la ternura que me inspiran.
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