Al contrataque

Ante una cita sin amor

Lo máximo que Sánchez puede ofrecer o aceptar es menos del mínimo que Torra anuncia que exigirá

Pedro Sánchez y Quim Torra, el pasado 22 de junio, en Tarragona.

Pedro Sánchez y Quim Torra, el pasado 22 de junio, en Tarragona.

Antonio Franco

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Cuando el independentismo mide sus fuerzas ante la primera entrevista seria y de carácter político sobre el problema catalán entre el presidente español, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Quim Torra, hay demasiados cabos sueltos e interrogantes sin respuesta además de distancias esenciales insalvables de cara a aquella reunión. Más allá de lo formal, ¿qué representatividad tiene Torra en relación a posiciones tan divididas como las que conviven actualmente en el soberanismo?, ¿qué capacidad de aceptación inmediata posee  --sin consultar a Carles Puigdemont ni a la heterogénea bancada indepe del Parlament-- de las ofertas que reciba? Y por la otra parte están las limitaciones de Sánchez por su reducido número de diputados en el Congreso y por las banderías militantes que no le son afectas dentro de la familia socialista española. 

El punto de partida para la cita del 9 de julio es peliagudo. Lo máximo que Sánchez puede ofrecer o aceptar es menos del mínimo que Torra anuncia que exigirá. Y tomar ese máximo de Sánchez sería considerado traición por las bases independentistas, esas que Artur Mas, Puigdemont soliviantaron con la idea de que la independencia era posible, y pronto, y fácil, y que España no se atrevería a actuar con severidad contra ella.

En las últimas semanas, y especialmente tras la desaparición de Mariano 'Punto' Rajoy, de forma especial ERC pero también parte de JxCat empezaron a girar hacia una postura de ver y esperar. Eran partidarios del mal menor de asumir la situación autonómica --aunque sin decirlo abiertamente-- y de intentar mejorar la situación catalana con pactos de mejora de la financiación y de asentamiento de las transferencias ya hechas. Su estrategia de fondo: esperar a un cambio constitucional español y a un moderado giro comprensivo a su favor de la Unión Europea. Esa sería la indefinida fase intermedia hasta lo que pueda ocurrir si el respaldo a la independencia sube hasta el 60% del electorado por el relevo generacional o por nuevos errores de España.

Lo que se vende como posibilista tiene dos adversarios emblemáticos, Puigdemont y en la medida de lo que se sabe Torra. Y como nadie explicar claramente a los seguidores la situación muchos de ellos continúan creyendo o haciendo ver que creen que la independencia sin conflicto grave es posible y que las vacilaciones son blandura cobarde de quienes ostentan cargos autonómicos y quieren seguir en ellos. En ese contexto, la conferencia nacional de ERC de estos días es un problema. Quienes esperaban encontrar allí un voto de comprensión --aunque fuese con pinza en la nariz-- para la bandera del realismo durante la preparación congresual han detectado que la asamblea puede condicionar su supervivencia como líderes a que mantengan posturas radicales.