CRISIS DE VALORES GLOBAL

De la posverdad al posderecho

La crisis de los menores separados de sus padres en la frontera de EEUU y la de los inmigrantes en el Mediterráneo son el efecto de algo más grave

Un niño y sus padres, procedentes de Honduras, son retenidos por una patrulla policial cerca de la frontera de EEUU con México en Misión (Tejas), el 12 de junio pasado.

Un niño y sus padres, procedentes de Honduras, son retenidos por una patrulla policial cerca de la frontera de EEUU con México en Misión (Tejas), el 12 de junio pasado. / periodico

Ramón Lobo

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La crisis de los menores separados de sus padres en la frontera de EEUU y la de los inmigrantes en el Mediterráneo son el efecto de algo más grave. No solo es la posverdad, estamos entrando en un escenario mucho más peligroso, el del posderecho. Solo falta un paso más para llegar al de la posdemocracia, para estar en Gilead, el país imaginario de la serie televisiva 'El cuento de la criada', basada en la novela homónima de Margaret Atwood.

Posderecho es desoír los tratados internacionales sobre el derecho de asilo de los refugiados (Siria) o despreciar las convenciones contra la tortura (Bush tras el 11-S y Trump). Posderecho es dar un portazo al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, aduciendo que es inútil.

Nikki Haley, embajadora estadounidense ante el alto organismo internacional, dijo que era “una organización que no merece ese nombre" y con "un prejuicio crónico” hacia Israel. EEUU cuestiona que se sienten en el consejo países violadores de los derechos humanos: Venezuela, Cuba y China. Aunque también tienen escaño algunos de sus apadrinados: Afganistán, Egipto, Etiopía, Hungría, Pakistán y Filipinas.

Los desaires de Trump

A Trump le encantan los desaires, y más si son hacia sus aliados tradicionales. Lo vimos en el G-7. Desprecio a los amigos, admiración hacia los dictadores. “Un tipo duro”, dijo el presidente de Kim Jong-un. El EEUU de Trump ha salido del Acuerdo del Cambio Climático y abandonado el pacto nuclear con Irán firmado por seis países, incluido el suyo, perdón el de Obama.

Karen McVeigh escribe en su artículo en el 'The Guardian' sobre el posderecho y la importancia del liderazgo moral. En democracia es imprescindible. El poder elegido necesita del prestigio, de la auctóritas, para obtener la obediencia de los ciudadanos. Frente a ella está la potestas, lo que se impone desde la coerción y la fuerza. En la Roma Clásica había una tercera variante, el imperium, la dictadura.

Supuesto líder moral

Ese liderazgo moral es útil en las relaciones internacionales, siempre complejas y cambiantes. Hay que tener mucha mano izquierda o muchos misiles. Desde el desmoronamiento de los regímenes comunistas en Europa del Este, entre 1989 y 1991, EEUU tiene el sello de ganador de la Guerra Fría. Se permitió lanzar una guerra moral para liberar Kuwait en 1991, en la que Bush padre tejió una coalición en la que estaba hasta Hafez el Asad, el dictador de Siria.

Bill Clinton siguió con el buen rollo pese a ser la única superpotencia tras la desaparición de la URSS, con el importante agujero negro del genocidio de Ruanda, en el que la Casa Blanca no movió un dedo. Era un imperio que no necesitaba de exhibiciones de fuerza.

El 11-S generó una corriente de simpatía hacia los estadounidenses. Bush hijo la malgastó en la invasión de Irak en el 2003. No solo por saltarse la legalidad de la ONU, con una renuncia expresa a la moralidad. En la guerra contra el terror, como la bautizó EEUU, la CIA secuestró, torturó y mató. El 11-S tenía otra lectura: los débiles pueden golpear en el corazón del más fuerte. De ahí, la paranoia de seguridad en un país acostumbrado a hacer sus guerras lejos de casa.

El efecto diluido de Obama

Obama supuso un retorno súbito a la ejemplaridad. Tuvo que ver el color de su piel y su lema del Yes We Can. Había necesidad global de creer. Pese a las inmensas ilusiones despertadas, fue una presidencia que no logró cambiar nada sustancial.

El odio ultraconservador al primer presidente negro presagiaba el giro a la extrema derecha. Fue el Tea Party el que contaminó el Partido Republicano. Trump es una mutación del virus. Está en la línea ideológica de Marie Le Pen y Salvini, dos herederos del fascismo.

Seguridad por principios

Aunque con el presidente de EEUU todo es más grosero, y visible, la pérdida del liderazgo moral afecta también a la UE, que cambió principios por sensación de seguridad en el acuerdo con Turquía para la devolución de los refugiados. El xenófobo Salvini y sus puertos cerrados son una metáfora de un mal extendido. Las izquierdas se pusieron a pensar como las derechas y estas como las extrema derechas. En ese deslizamiento ganan los ultras, que ni siquiera necesitan vencer en unas elecciones con sus siglas. Su mensaje domina el ambiente.

Además de Atwood, está el Ensayo sobre la Ceguera de Saramago. La ceguera blanca avanza en un Primer Mundo que parece haber olvidado que los derechos no se regalan, se conquistan. Y se defienden. La reacción de los millones de estadounidenses al secuestro legal -llamémoslo así-, de menores inmigrantes es la única buena noticia en este desvarío racista: seguimos vivos y en posición de lucha.