LA CLAVE

Ciudadano M. Rajoy

El expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante un paseo esta mañana por el paseo marítimo de Alicante.

El expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante un paseo esta mañana por el paseo marítimo de Alicante. / periodico

Enric Hernàndez

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En la España de los sobres en negro y las puertas giratorias, de políticos aferrados a la poltrona primero y al consejo de administración después, Mariano Rajoy aparece como una 'rara avis'. La sombra de la 'trama Gürtel' y las anotaciones en la caja b del PP -el famoso 'M. Rajoy'- dieron al traste con su carrera política, pero en tres semanas, como ciudadano de a pie, quizá haya hecho más por restaurar su imagen pública que durante los años que presidió el partido y el Gobierno.

Apenas tres semanas separan aquella comida-cena de 10 horas en mayo, mientras el Congreso dilucidaba su censura, del regreso en mangas de camisa a Santa Pola (Alicante) para ejercer como registrador de la propiedad tres décadas después de haber conquistado la plaza. Tan veloz sustitución de la púrpura del poder por los manguitos de funcionario carece de precedentes en los anales de la política española.

Lo que dio al traste con su liderazgo fue la suma de las cosas que hizo y las que dejó de hacer. Las que hizo: como dirigente del PP, mirar para otro lado ante los indicios de financiación irregular del partido; y al estallar el escándalo, ya como presidente, entorpecer la investigación judicial y urdir componendas: "Luis, sé fuerte." Y las que dejó de hacer: denunciar a los corruptos y sanear a fondo el PP, aun a riesgo de morir políticamente en el intento.  

Conciencia tranquila

Pero eso es pasado: las urnas y la aritmética parlamentaria ya sancionaron sus obras y omisiones. Rajoy prefirió ser el primer presidente censurado a una dimisión vergonzante que mantuviera en manos del PP los resortes del poder. Y ahora está protagonizando una retirada ejemplar.

Podría estar enredando en las primarias del PP, pero se ha borrado de la guerra sucesoria. Podría conservar el fuero parlamentario para intentar sortear a la justicia, pero renuncia al escaño para demostrar que tiene la conciencia tranquila. Podría gozar de pensión vitalicia y sillón en el Consejo de Estado (180.000 euros al año sin dar palo al agua), pero ha preferido un (bien remunerado) horario de oficina en Santa Pola. El gallego no quiere ser un jarrón chino. Y eso le honra.