ANÁLISIS

¿Qué ponemos en la pancarta?

El 'president,' Quim Torra, este martes, en la reunión del Consell Executiu.

El 'president,' Quim Torra, este martes, en la reunión del Consell Executiu.

Olga Ruiz

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Los gestos, sustantivo de moda en nuestro particular diccionario político, están complicando, y mucho, la estrategia a seguir por el independentismo catalán de cara a los próximos meses. Por suerte, llega el verano y con él las vacaciones y, ya se sabe que no hay reivindicación ni causa alguna, por muy urgente e histórica que sea que no quede atracada en cualquier puerto de la Costa Brava hasta septiembre. Pero antes, queda un escollo por salvar, un obstáculo no menor, que permita mantener el relato independentista en todo lo alto hasta el inicio del curso político. La Diada necesita un eslogan claro, contundente y que no defraude ni a los votantes, cuya motivación es esencial, ni a las asociaciones que llevan años convirtiendo cada edición del 11 de septiembre en un nuevo éxito. Ahora mismo, ese mensaje que sostiene a unos y otros no existe, y las posibilidades de que contente a todos son sencillamente remotas. La culpa, deben pensar  en las filas independentistas, la tiene Pedro Sánchez y sus gestos, sus dichosos gestos. La culpa la tiene la próxima reunión entre los dos presidentes. La culpa la tiene que el nuevo Gobierno del PSOE se haya tomado al pie de la letra lo del diálogo, el entendimiento y… otra vez los gestos.

Si hay voluntad de diálogo, si hay voluntad para el acercamiento de los políticos encarcelados, ¿cómo sostendrá el independentismo su teoría estrella? ¿Cómo convencerá a Europa de que el gobierno español es opresor, autoritario, altivo y soberbio? ¿Qué pueden “vender” con el cambio de gobierno en España? No demasiado, por eso algunos, se afanan en buscar un más difícil todavía que haga imposible cualquier acuerdo o entendimiento. Pero rebuscar en el baúl de los hechos imposibles, no solo no está consiguiendo- de momento- el efecto deseado, sino que además, nos está ofreciendo la imagen más desjuiciada del 'president' Quim Torra, cuyo comportamiento es más cercano al de un adolescente caprichoso, que al del un líder político de nivel. Su reciente pataleta por no ser el primero en reunirse con el presidente Sánchez (antes se reunirá el 'lehendakari' Iñigo Urkullu) es un claro ejemplo de no saber por dónde va la partida. O mejor dicho, de no aceptar que hay partida y que además le han invitado a jugar.

Torra tiene ante sí un doble reto: por un lado saber a quién representa cuando se reúna con el presidente del Gobierno, y no me refiero ya a todos los catalanes (algo que muchos damos por perdido) si no ¿a qué parte del independentismo quiere contentar? Las posiciones de unos y otros empiezan a ser antagónicas y no querer ver una grieta en las fuerzas independentistas es negar la realidad… una vez más.

El segundo reto al que se enfrenta el 'president' es convencernos de que el independentismo no prefería al Gobierno del PP en la Moncloa. A veces, demasiadas últimamente lo parece.

A estos retos hay que sumar una pregunta temporalmente aparcada pero que puede convertirse en un quebradero de cabeza la primera semana de septiembre: ¿Qué ponemos en la pancarta?