Renovarse o morir

La moción de censura ha obligado al PP a llevar a cabo una sucesión precipitada

Mariano Rajoy, en la junta directiva nacional del PP en la que se ha puesto fecha al congreso para elegir a su sucesor.

Mariano Rajoy, en la junta directiva nacional del PP en la que se ha puesto fecha al congreso para elegir a su sucesor. / JOSÉ LUIS ROCA

Carmen Juan

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Esta semana sabremos quiénes tienen ganas de suceder a Rajoy en el Partido Popular. También intuiremos si será una sucesión limpia o una pelea en el fango. La moción de censura les ha obligado a llevar a cabo una sucesión precipitada y eso tiene alguna virtud y no pocos vicios. El relevo de Rajoy siempre ha sido un run run de fondo en el partido, pero desde que se desactivó la rumoreada 'Operación Menina' hace tres años, ese run run llegaba muy amortiguado. La prioridad del PP era garantizarse la legislatura, asegurarse las elecciones del próximo año y preparar con calma el relevo que Rajoy pilotaría a su estilo, es decir a su tiempo y "cómo dios manda".

Los planes se han desbaratado y Rajoy, que ya avisó que no estaba para tutelas, se ha vuelto al registro de la propiedad de Santa Pola a mayor velocidad de la que acostumbra y sin dar instrucciones, cosa que para un partido tan presidencialista es un inconveniente. Recién perdido el poder, El PP tiene que resolver la sucesión en apenas un mes, con la participación por primera vez de sus militantes en un remedo de primarias, y teniendo que disputar a otros partidos, en especial a Ciudadanos, el amplio espacio electoral, del centro a la ultraderecha, en la que hasta ahora los populares campaban a sus anchas.

En pleno 'shock' traumático es difícil hacer un buen análisis de situación, ni autocrítica, ni desintoxicación. Los herederos políticos de Rajoy intentarán amarrar el Congreso pactando un candidato de integración para evitar una guerra interna, los partidos conservadores son poco dados a las catarsis. Las quinielas apuestan por Núñez Feijóo, el único popular que mantiene un gobierno en mayoría; Dolores de Cospedal, que como secretaria general ocupa ahora el mayor cargo orgánico en el partido, y la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, mano derecha de Rajoy en el poder. Ninguno de los tres ha formalizado aún su candidatura, tienen tiempo hasta el miércoles. Nada apunta a que tengan prisa por meterse de lleno en la inevitable guerra de guerrillas a la que tendrán que enfrentarse, por mucho que en el partido solo suene el mantra de la integración y de la unidad.

La disputa por el poder nunca es una lucha limpia. Mientras los deseados se dejan querer, algunos aspirantes dan los primeros pasos. El diputado José Ramón García-Hernández se presenta como el candidato de las bases frente al aparato para que esto no sea "un cambio de cromos". El exministro García-Margallo recoge avales, pero dudo que aspire más al liderazgo que a  evitar que el relevo en el PP sea como dice "un concurso de miss América". Margallo parece el tapado de Feijóo.

El expresidente balear, José Ramón Bauzá, es otro que asoma. Perdió en primarias el liderazgo en Baleares, pero ahora abandera un "debate de ideas". El PP puede tomarse en serio su congreso o convertirlo en ejercicios espirituales bajo el consejo de Ignacio de Loyola de que "en épocas de tribulación mejor no hacer mudanzas", pero el reto es mayor que un simple cambio de líder.