Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA
Juan Carlos Ortega
Juan Carlos Ortega
¿Qué narices es la radio?
Va usted en en un taxi escuchando la radio. No es un programa con invitados y temas de los que charlar. Se trata de una emisora musical. Un locutor va presentando canciones, suenan durante un par de minutos y vuelve a aparecer el hombre dando paso a otro éxito. En principio, la fórmula es buena. De hecho, sigue siendo eficaz después de muchísimos años.
Si usted entonces le preguntara al taxista si está escuchando la radio, sin duda él respondería afirmativamente.
Ahora imagine que, al día siguiente, sube usted a otro taxi en el que el conductor va escuchando un programa con entrevistas, secciones, comentarios, tertulias, humor y análisis. Onda Cero, la SER, Radio Nacional; no importa, cualquiera de esas. De nuevo, si le pregunta al taxista si está escuchando la radio, también le responderá con un razonable «claro que sí».
La respuesta de los dos taxistas: «sí, estoy escuchando la radio», no le sorprenderá, pero si hacemos una analogía con la literatura empezaremos a ver las cosas de otra manera.
Pensemos en el taxi del último ejemplo. Unos profesionales llenan minutos radiofónicos con temas que han ido preparado a lo largo del día. Esto, en literatura, equivaldría a un libro escrito por varios autores. Los lectores que se enfrentan a esa obra saben que se encuentran ante una creación original, puesto que todo lo que ellos leen es producto del trabajo de los que escriben.
El 90% de lo que emiten los
programas musicales no está
creado por los que están al frente de ellos
En el caso del primer taxi, sin embargo, la cosa cambia radicalmente. El locutor, recordemos, habla un poco, da paso a un tema musical y vuelve a aparecer para seguir haciendo lo mismo, así durante dos o tres horas. El 90% de lo que estos programas emiten no son creaciones propias, puesto que son temas musicales compuestos por seres humanos ajenos al medio radiofónico.
El equivalente en literatura sería un libro en el que el autor nos saludara al principio con una frase que podría ser: «Hola, querido lector. A continuación te recorto y pego un cuento de Borges y cuando te lo hayas leído te diré más cosas». Tras el cuento, el escritor teclea un par de frases del tipo: «Magnífico Borges, como siempre. Y ahora, lector, te pongo aquí un capítulo de 'Las mil y una noches'. Léelo y ahora te diré otra cosa».
Y así durante 400 páginas, de las cuales solo 15 han sido escritas por quien firma el libro. Las restantes 385 son fragmentos elegidos de aquí y de allá. ¿Se imaginan un libro así? ¿El autor que lo ha escrito ejerce el mismo oficio que aquellos que han tecleado 400 páginas originales, sin utilizar a otros como relleno? ¿Tenían razón los dos taxistas al responder que estaban oyendo la radio, o en realidad solamente lo estaba haciendo uno de ellos?
¿Qué es la radio, realmente? ¿Todo lo que sale a través de un altavoz y que nos llega desde una emisora? ¿No sería eso como decir que «literatura» es todo aquello que se publica?
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