Más allá del 'Aquarius'

Europa tiene que acoger inmigrantes porque los necesita y por razones humanitarias

Inmigrantes a punto de subir a un guardacostas italiano.

Inmigrantes a punto de subir a un guardacostas italiano. / periodico

Joan Tapia

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La decisión de España de acoger a los 629 emigrantes a bordo del Aquarius, que el nuevo Gobierno italiano no dejaba desembarcar en sus puertos, ha tenido gran impacto. Primero porque ha sido el primer acto de calado del gobierno Sánchez y marca una dirección humanitaria, muy distinta a la del Ejecutivo anterior que ni cubría las cuotas de acogida a refugiados comprometidas con la UE. También porque el tráfico descontrolado de emigrantes que parte de Libia (estado fallido) hacia Italia es un hecho que revela las graves carencias de la política comunitaria en esta materia. Y la inmigración, desde la oleada de sirios que huyendo de su guerra civil llegó a Alemania por los Balcanes en el 2015, ha contribuido al avance de los partidos populistas de extrema derecha.

El gesto de Sánchez es positivo, quizás obligado para un gobierno progresista, y va a ser aplaudido porque la opinión pública española cree en la ayuda humanitaria y, hoy por hoy, no considera a la inmigración un problema (sólo un 3% según el CIS). La prueba es que Alberto Nuñez Feijo, candidato a liderar el PP, ha ofrecido Galicia. Es también positivo porque forzará que la cumbre de jefes de Gobierno de la UE del 28 y 29 de junio aborde a fondo el asunto (cuotas de refugiados, dinero en el nuevo presupuesto…) que acumula demasiados retrasos.

Humanidad y política

Pero el principio humanitario -no se puede dejar a 629 personas, entre ellos más de 100 menores no acompañados, en medio del mar y con serios riesgos para su salud e incluso su vida- debe ir acompañado de una política rigurosa. Sólo el principio no permitirá abordar con seriedad los efectos de algo muy relevante, los grandes movimientos de población causados tanto por la diferencia de riqueza entre las dos orillas del Mediterráneo como por la inestabilidad en Oriente Próximo. La emigración no es nueva, su magnitud e intensidad en el mundo globalizado, sí.

Lo grave no es que el vicepresidente Salvini sea un xenófobo, sino que la Liga y sus socios han ganado las elecciones -y obtenido mas de la mitad de los diputados- prometiendo acabar con la inmigración. El pueblo italiano les ha votado no porque sea peor que el español sino porque Italia ha recibido mas de 600.000 inmigrantes en los últimos tres años (aquí hay menos que antes de la crisis), no los ha podido integrar y el resto de Europa se ha lavado las manos. En Alemania, Merkel y el SPD han limitado los daños, pero el ascenso de la extrema derecha también ha sido fuerte.

La necesidad de acoger

Europa tiene que acoger emigrantes. Porque los necesita y por razones humanitarias. Pero la inmigración es un fenómeno demasiado relevante como para dejar que se produzca de forma espontánea sin un control serio de fronteras y una política de integración responsable. La gran dificultad es que Europa no tiene un gobierno (como Estados Unidos) sino 28 gobiernos con concepciones diferentes que cuesta mucho armonizar. Y si en cada frontera las normas son distintas, la Europa de Schengen, la de la libre circulación de personas, dejará de existir.