Opinión | AL CONTRATAQUE
Najat El Hachmi
El farol
No saldrán los millones de catalanes independentistas a protestar contra el engaño de sus dirigentes que afirmaban que todo estaba preparado

Clara Ponsatí acompañada de su abogado, Aamer Anwar, posa ante varias personas que la apoyan con pancartas a su salida del tribunal de Edimburgo. / .43340488
Desde su refugio escocés y con toda la tranquilidad del mundo, la 'exconsellera' de Ensenyament Clara Ponsatí nos dice que todo fue un farol. Y se queda tan ancha. Después hace crítica del partidismo. No autocrítica, crítica, simplemente. Es nuestro mal crónico: nadie saldrá a decir que se ha equivocado, que la culpa es suya, que no ha hecho las cosas como tenía que hacerlas o como prometió que las haría. Para este tipo de cosas está el Estado español, el PP y Rajoy. Ahora que se ha ido que nadie se preocupe, que pronto encontraremos otro enemigo exterior y seguiremos acallando cualquier voz disidente que ponga en duda las actuaciones de los responsables políticos propios. Callar y hacer como si nada es otra de nuestras enfermedades congénitas. No saldrán los millones de catalanes independentistas a protestar contra el engaño de sus dirigentes que tan vehementemente afirmaban que todo estaba preparado. A quienes osábamos preguntar cómo lo harían nos acusaban de traidores de la patria, aunque nuestra condición de ciudadanos la hubiéramos construido en forma de catalanidad, nos expulsaban de esta porque habíamos dejado de ser sociedad para convertirnos en pueblo. De "ciudadanos de Catalunya" hemos pasado a ser seguidores fieles, creyentes a ciegas en la causa superior.
De modo que todo era un farol. Las manifestaciones masivas, pacíficas, lúdicas, la gran cadena humana de punta a punta de Catalunya, el nuevo modelo de camiseta, año tras año, que la incansable ciudadanía se ponía religiosamente, convencida de que sus anhelos de independencia serían seriamente escuchados. Daban por hecho que quienes encabezaban el movimiento lo tenían todo atado y bien atado, que de verdad nos iríamos porque no había otra salida posible. Pasar pantallas como si estuviéramos en un videojuego, del derecho a decidir a la independencia sin haber votado en un referéndum serio. No importaba, ya decidían ellos por nosotros. Ellos sabían escuchar el grito ensordecedor del "pueblo". No necesitaban más. El golpe de timón para navegar por una hoja de ruta que ahora parece ser que no existía, la astucia, el 9-N, la degradación institucional del Parlament de Catalunya a principios de septiembre, las detenciones de entonces, las de después, las cargas del 1-O, la penosa declaración de independencia desmentida 8 segundos más tarde, la huida vergonzosa de quienes habían hecho todas las promesas, la erosión de la vida democrática, la pérdida de autogobierno durante meses, un otoño desastroso para todos los sectores, la indecente prisión preventiva, las familias alejadas de los presos en Madrid, el dolor, la decepción, el sentimiento de derrota compartido por todos, independentistas o no, el aumento del voto de Ciudadanos como reacción por parte de quienes no se han sentido interpelados durante todos los años de 'procés'. Toda la angustia, el sufrimiento, la falta de acción de gobierno, todas las esperanzas frustradas. Todo un farol.
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