La exaltación patriótica

El odio da votos

A ellos les conviene que sigamos enfrentados, les permite anular al enemigo común

ilustracion  de maria  titos

ilustracion de maria titos / periodico

Clara Usón

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En 1991, Milosevic, el presidente serbio, y Tudjman, su homólogo croata, se reunieron en secreto: acordaron que irían a la guerra, para la que venían preparando a sus  respectivos pueblos con una intensa propaganda de exaltación patriótica, y después, o a la vez, se repartirían Bosnia, en manos de infieles musulmanes, sobre los cuales Biljana Plavsic, vicepresidenta del Gobierno serbobosnio de Radovan Karadzic, bióloga de profesión, afirmó: "Es cierto que los musulmanes bosnios eran originariamente serbios, pero serbios genéticamente deformes, por eso abrazaron el islam. Y con cada generación sucesiva ese gen deforme se concentra más y se multiplica. Los matrimonios mixtos entre serbios y bosnios comportan la degeneración de la nación serbia".

Aquel plan fue ejecutado, con el resultado de todos conocido. Milosevic murió en prisión en La Haya, aguardando sentencia. Tudjman tuvo la suerte de morir antes de ser juzgado y hoy el aeropuerto de Zagreb lleva su nombre.

Un zoólogo que analizó el comportamiento de un grupo de orangutanes observó que cuando un macho alfa se encontraba en apuros, reproducía los gestos y los sonidos que entre sus congéneres anunciaban la presencia de un tigre, consiguiendo que los otros machos se olvidaran de él, para huir todos juntos del temible depredador o para hacerle frente unidos; nada une más que un enemigo común, eso lo saben los líderes políticos.

Nadie pidió a Milosevic o Tudjman cuentas de su gestión: habría sido antipatriótico

Tudjam era un fanático, pseudohistoriador, negaba el holocausto y reivindicaba los logros del extinto Estado Independiente de Croacia, títere de Hitler, gobernado por el sanguinario ustacha Ante Pavelic, firme defensor de la superioridad de la raza aria, que decidió imponer a punta de pistola el catolicismo a los "degenerados ortodoxos serbios". Acogido por Franco, Pavelic murió en España.

Milosevic era un cínico; antiguo gerifalte comunista, comprendió que para permanecer en el poder en un país sumido en una tremenda crisis económica, le convenía avivar el fuego nacionalista y religioso que había prendido en Serbia tras la muerte de Tito; recordó el sufrimiento infligido a los serbios por los croatas en la segunda guerra mundial e invocó el espíritu combativo de los chetniks, serbios ultranacionalistas y monárquicos que lucharon contra el invasor alemán y su aliado ustacha (al final de la contienda los enemigos se unieron contra la amenaza común, los partisanos de Tito).

Ambos, Milosevic y Tudjman, proclamaban lo mismo: la nuestra es una nación milenaria, con una historia gloriosa (hasta nuestras derrotas son heroicas), nuestro folclore admira al mundo entero, nuestra religión (la ortodoxa en un caso, la católica en el otro), es la única verdadera y nuestra tierra es la más bella (¡qué ríos!, ¡qué valles!, ¡qué montañas! ¡Qué bien los cantan nuestros poetas en nuestra hermosa lengua!). En cuanto a nuestros pueblos, se caracterizan por su valentía, su integridad, su generosidad y su altura de miras, a diferencia de esos seres ruines, impuros, mezquinos, cobardes y viles (los croatas o los serbios, dependiendo de qué presidente soltara la arenga) que ponen en peligro nuestra supervivencia y que tanto nos hicieron padecer en el pasado (eso no debemos ni podemos olvidarlo); solo cuando estemos libres de ellos, o los hayamos sometido, podremos alcanzar el gran nivel de bienestar al que por nuestras congénitas virtudes estamos predestinados. Mientras funcionó el embrujo del narcisismo colectivo, nadie en Serbia o en Croacia pidió a Milosevic o Tudjman cuentas de su gestión, que fue calamitosa en ambos casos, habría sido antipatriótico: empresarios y obreros caminaron del bracete y los partidos de izquierda y derecha se fundieron en una obediente masa de patriotas, alentada por un odio purificador: el odio al Otro, el culpable de todo.

El escritor inglés E. M. Forster escribió: "Yo aborrezco la mera idea de causa y si tuviera que elegir entre traicionar a mi país y traicionar a mi amigo, solo espero tener las agallas para traicionar a mi país".

En la Catalunya de Puigdemont/Torras y en la España de Rajoy/Rivera lo correrían a gorrazos. "¡Muerte al traidor!", es la consigna, "¡al enemigo ni agua!". A ellos les conviene que sigamos enfrentados y que lleguemos a odiarnos; les proporciona votos y les permite anular al enemigo común: la izquierda.

¿Nos conviene a nosotros?

Necesitamos traidores, dispuestos a hablar y a negociar, en uno y otro bando.