Los robots (aún) no sirven cañas

Enric Hernàndez

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En un reciente artículo en EL PERIÓDICO, 'Ladrillos, cañas y poca I+D', el exministro Jordi Sevilla reflexionaba sobre las ineficiencias del modelo productivo español. Haciéndose eco del Informe 2018 de la Fundación COTEC, el economista concluye: «Mientras la mayoría de nuestros socios europeos confirman su apuesta por un crecimiento basado en el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico, España parece haber elegido un camino distinto para su recuperación que, a medio plazo, podría no ser sostenible». Un modelo basado en la devaluación salarial y demasiado tributario del turismo y la hostelería, pero con una inversión en I+D por debajo de la evolución del PIB, a diferencia de lo que sucede en muchos países de nuestro entorno.

Los analistas del suplemento económico '+Valor' abordan en esta edición, precisamente, la necesidad de que España potencie la inversión en investigación y desarrollo, tanto la del sector público como la del privado, para hacer frente a los desafíos de la llamada cuarta revolución industrial. La educación es otro de los pilares indispensables para que la economía española no pierda un tren que no espera a los rezagados.

Pese a la propaganda gubernamental, el Gobierno de Mariano Rajoy no ha impulsado el paquete de reformas que el país necesitaba para competir en la economía 4.0. Su única prioridad, siguiendo el 'diktat' europeo, ha sido combatir el déficit público por la vía de subir impuestos, recortar partidas sociales y reducir salarios para aumentar la competitividad de nuestras empresas. Una política de luces cortas que no ha bastado siquiera para cuadrar las cuentas públicas, pero que ha permitido a España recuperar la senda del crecimiento gracias a factores exógenos: el desplome del precio del dinero --que minimiza los costes financieros del Estado--, el petróleo barato y la inestabilidad de la orilla sur del Mediterráneo, un verdadero maná para el negocio turístico español.

El potencial disruptivo de la conectividad y la irrupción de los autómatas como mano de obra eficiente y barata, que multiplicarán las plusvalías al recortar dramáticamente los costes salariales, exige que gobiernos y empresas analicen el impacto de la revolución digital sobre la producción industrial, las prestaciones sociales y el mercado laboral. El patrón económico español no puede seguir aferrado a nichos laborales como la construcción o el turismo, de baja cualificación. Porque de momento los robots no sirven cañas, pero quién sabe.

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