IDEAS

Basta de lamentos: Roth no ha muerto

El día que el autor, clave en la narrativa del siglo XX, se peleó con Wikipedia y la posibilidad de que pueda desmentir hasta su obituario

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Miqui Otero

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Philip Roth no ha muerto. Todos los periódicos mienten. Sus lectores deliran. Su entrada en Wikipedia dice que falleció el 22 de mayo del 2018, pero también está equivocada. En cualquier momento él escribirá una carta abierta para aclarar este asunto tan embarazoso. Y no será la primera vez.

Así empezaba un texto que publicó en 'The New Yorker' en septiembre del 2012: “Querida Wikipedia, Soy Philip Roth”. Solo si te llamas así puedes hablarle de tú a tú a un monstruo de internet. Lo hacía para poner en conocimiento del mundo lo siguiente: en la entrada de la Wikipedia inglesa sobre 'La mancha humana', una de sus más célebres novelas, se explicaba que el protagonista estaba inspirado en el crítico Anatole Broyard. Él escribió a Wikipedia para subrayar que eso era falso. Lo divertido, el embrollo increíblemente rothiano, es que Wikipedia no le dio la razón.

La narrativa de Roth me educó en la desconfianza, así que no voy a traicionarlo ahora

El administrador contestó que, si bien entendía su postura y aunque aceptaba que el autor es la principal autoridad sobre su trabajo, el cambio requería al menos unas cuantas fuentes secundarias. Fue entonces cuando Roth entornó los ojos, estiró el cuello de cisne de su jersey, se paseó un poco por su estudio y decidió escribir esa carta memorable, que podría ser un capítulo de una de sus mejores novelas, alguna sobre la falsedad de los relatos oficiales o el cinismo de los que los teclean, a la revista neoyorquina: “Esa entrada de Wikipedia no corresponde con el mundo de la verdad, sino con el chisme literario”.

La narrativa de Roth me educó en la desconfianza, así que no voy a traicionarlo ahora: Roth no está muerto. También me enseñó unas cuantas cosas sobre la culpa generacional, la corrección política, la condición de judío y de estadounidense y de ser humano falible. La entrada de 'La mancha humana' podría contener errores, pero en la novela solo detecto aciertos de esa sociedad en tránsito, con una redecoración del sistema de valores que dejó a unos cuantos desnudos en el centro de la sala, de la era Clinton: “Dejamos una mancha, un rastro, nuestra huella… Impureza, crueldad, abuso, error, excremento, semen… somos como los dioses griegos que son mezquinos, se pelean entre ellos, combaten, odian, joden… disipación, depravación, placeres groseros… Dios a imagen del hombre”.

Dijo en una ocasión que la literatura no era un concurso de belleza en el plano moral y escribió muchas más cosas sobre la tensión entre la pulsión del ello y la proyección social y ultraperfecta del superyo, entre lo que somos y lo que queremos ser, entre lo que soñamos y lo que decimos. Nunca lo explicó tan bien como en esa escena de 'El lamento de Portnoy', la confesión histérica y psicoanalítica de ese filántropo con muchas miserias íntimas, en la que su alterego se encierra en el baño para darse amor, mientras su madre ultraprotectora golpea la puerta, gritando ¡Hamburguesas! (“con rencor, como si estuviera diciendo Hitler”) y pidiendo escrutar sus heces por si ha comido manjares prohibidos por su religión: “Me arranco los pantalones, furiosamente, y me agarro a la aporreada porra de mi libertad, mi polla adolescente, mientras oigo los gritos que da mi madre al otro lado de la puerta. La minga era lo único que podía considerar mío en este mundo”.

Roth pertenecía a esa liga de grandes autores que escribían de pie

De Roth, como de Bellow o Updike o DeLillo, se dice que consagró su vida a escribir La Gran Novela Americana, aunque pocos anotan que esa delicia que él tituló así, 'La gran novela americana', venía encabezada por una frase que decía que la gran novela americana no era una ballena, sino un hipogrifo. Es decir, un animal mitológico del que todos hablan pero que no existe.

Aun así cada día se levantaba y no se sentaba delante de su ordenador. Roth pertenecía a esa liga de grandes autores que escribían de pie. En su caso, de espaldas a la ventana para evitar distracciones y paseando frenéticamente por su despacho. Si no me dan otro remedio, admitiré, entonces, que si encierran a Roth en un ataúd, y dado que no está muerto, simplemente no nos regalará más novelas porque no podrá levantarse para escribirlas mientras pasea.

Por último, incluso si Roth hubiera muerto hace unas horas, un dato aún por espigar, no deberíamos ponernos estupendos ni nazarenos con el asunto. Cuando él quiso agradecer el Man Booker Price en el 2011, dijo: “Este es un gran honor”. Luego habló algo menos de un minuto y añadió: “Estoy encantado”. La cámara cerró zoom para enfocar su rostro y, como un dibujo animado de la Warner Bros, añadió: “No se puede ser grave, ¿no?”. No queramos nosotros enmendar su consejo. Sería tan insensato como la actitud de Wikipedia. Roth no ha muerto, nos quedan sus libros, su mirada suspicaz y ultracómica y megatrágica sobre el mundo, y también la esperanza de que en cualquier momento nos escriba una carta abierta para sacarnos de alguno de los muchos errores que vamos a cometer a pesar de haberlo leído.