Ideologías

Algo trivial, solo palabras

Al final, todos han consentido la investidura de Torra, que firmó de manera sostenida artículos xenófobos

Quim Torra y Elsa Artadi durante la sesión de investidura.

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José Luis Sastre

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En algún momento dejaron de importar las palabras y todas valían. A cualquiera que discrepara podías llamarle fascista o, mejor aún, nazi, sin que importara la historia o el peso de cada nombre, de cada verbo. Nada pesaba y, lo que menos, las palabras. Había partidos que podían pronunciarlas todas a la vez, en especial las que resultaran contradictorias, y pese a ello crecían y crecían en las encuestas, convertidas ya en indicadores de los estados de ánimo más que de las tendencias ideológicas. Era un proceso natural: a las ideologías les había pasado lo que a las palabras. Uno podía usarlas a la ligera. Decir, por ejemplo, independencia o república. O diálogo y consenso. Que más daba, si eran palabras.

En esas, el abogado Quim Torra se vio en mitad de la marea y, sin querer él, acabó investido presidente de la Generalitat. Algunas cosas en la vida te pasan porque sí. Torra repetía que se trataba de algo provisional, aunque provisional no dejaba de ser una palabra y ya se sabe lo que ocurre con las palabras. Entonces, la oposición se puso a rebuscar entre todas las que el nuevo 'president' había escrito en sus artículos y aparecieron la raza y el ADN de los españoles, entre otras cosas. Visto de lejos, desprendía un racismo notable. De cerca también. Andaba la oposición muy molesta con todo aquello y a los partidos independentistas -también a Esquerra Republicana- les parecía normal que se molestaran, porque lo que la oposición no quiere es que haya república e independencia.

No hubo nadie entre los independentistas que encontrara el momento de preguntarse por aquellos tuits ni por aquellos artículos de Torra, nadie que omitiera un aplauso al recién elegido o que renunciara a ponerse en pie al final de su discurso. El 'procés' ya se había llevado la separación entre las izquierdas y las derechas, se era independentista o no se era, y eso justificaba que los progresistas votaran a los conservadores, que los antisistema respaldaran a los defensores de los recortes. Al final, todos consintieron la investidura de un candidato que firmó de manera sostenida artículos xenófobos. Se era independentista o no se era. Cómo iban a importar las palabras si quienes rescataban lo de la raza y el ADN lo hacían por un interés evidente. No había más que escuchar a Torra: todo lo que escribió fue irónico, fruto de un arrebato de periodismo. Algo trivial: solo palabras.

El independentismo ha crecido en los símbolos y uno de ellos era la presidencia de la Generalitat. Tanto, que muchos se indignaron por que José Montilla aceptara ser senador después de su mandato. Creían que eso degradaba la institución. Ahora, en cambio, Quim Torra valía para ocupar la magistratura porque así lo quiere Puigdemont, porque no hay izquierdas ni derechas. Porque lo que escribió el 'president' no desvela su ideología supremacista, sino una serie de irónicas banalidades. Poca cosa. Comentarios de mal gusto por los que él ya ha pedido disculpas y qué más quieren. Entendido, entonces. En algún momento dejaron de importar las palabras. Y entonces, todo valía.