El pretérito soviético, de Yashin a Putin
El exceso de regulaciones y la dependencia económica de los clubs respecto al Estado lastran al fútbol ruso
Marc Marginedas
Periodista
Premio 'Cirilo Rodríguez' al mejor corresponsal en el extranjero (2013), Premi Nacional de Comunicació (2013) y Premio Luka Brajnovic de Periodismo (2019). Autor de 'Periodismo en el campo de batalla: 15 años tras el rastro de la yihad'. Protagonista del documental 'Regreso a Raqqa' (2022)
Marc Marginedas
Rusia, o mejor dicho, la URSS, ha dado al fútbol nombres universales: Lev Yashin, el mejor guardameta de todos los tiempos, quien ayudó a la selección de su país a lograr el Campeonato de Europa de selecciones en 1960. La huella que ha dejado es tan grande que el trofeo al mejor portero del campeonato mundial lleva su nombre. Valentín Ivanov, delantero de aquel legendario equipo sesentero cuyos goles ayudaron a la conquista del título europeo. Ya en fecha más reciente, concretamente en la década de los 80, despuntó el también portero Rinat Dasáyev, una pieza fundamental para que la escuadra soviética alcanzase la final del Euro 1988 celebrado en Alemania Occidental, poco antes de la caída del muro.
Todo ello, sin embargo, es gloria pretérita. Una vez disgregada la Unión Soviética en 1991, Rusia, su heredera, ha dejado de ser una referencia en el mundo del fútbol. Sus clubes solo han logrado desde entonces éxitos modestos en las competiciones europeas, con un par de copas UEFA obtenidas por el Zénit de San Peterburgo y el CSKA de Moscú. Su equipo nacional ostenta como máximo logro haber alcanzado las semifinales en la Eurocopa del 2008, donde fue batida por España por 3 a 0.
Cemento en las gradas
Acudir a un partido entre equipos de tamaño medio, ajenos a las dos principales ciudades del país -Moscú y San Petersburgo- puede llegar a ser un espectáculo algo taciturno, con unas gradas mostrando mucho más cemento del que se acostumbra en España, Alemania o Francia. En la pasada Eurocopa de Francia, el fútbol ruso tocó fondo, al ser eliminada su selección a las primeras de cambio, ser fotografiados algunos de sus derrotados jugadores en fiestas de alto copete después del campeonato, y sobre todo, protagonizar su hinchada más radical graves incidentes con heridos graves antes y después del partido contra Inglaterra en Marsella.
Falta de competividad
Según los periodistas deportivos locales, la falta de competitvidad de la selección se ha venido gestando durante años, y tiene su origen en la falta de incentivos de sus principales jugadores. Con todas las bendiciones del presidente Vladímir Putin, se introdujo en el 2005 una norma, que fue reforzada un decenio más tarde y que obliga a los equipos rusos a tener en el campo a al menos cinco jugadores con nacionalidad rusa de los 11 en liza.
Esta medida desincentiva a los estrellas rusos a mejorar para acceder a un equipo extranjero, ya que el sueldo medio en el campeonato ruso -1,5 millones de dolares- se asemeja al de cualquier liga europea. Ello, además impide a los talentos jóvenes despuntar, ya que los principales puestos están copados por veteranos.
La falta de competitivad también se ha contagiado a los clubes. En mayor o menor medida, todos dependen del Estado en cuanto a los ingresos, y no funcionan como una empresa. La Primera Liga rusa, es de las 10 principales campeonatos europeos, el único en el que solo el 4% de los ingresos de los equipos procede de la venta de entradas. La cifra correspondiente a las entradas de dinero por los derechos televisivos es algo superior: el 5%.
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