las claves de un fenómeno
La auténtica batalla de Fortnite
Los creadores de los videojuegos conocen a la perfección los mecanismos de la adicción, el reto es contrarrestar esa estrategia comercial
Liliana Arroyo
Doctora en Sociología, especializada en transformación digital e innovación social. ESADE
Liliana Arroyo
Si hay un videojuego que sea polémico en estos momentos es el de Fortnite y su Battle Royal. Desde que salió en julio no ha parado de romper esquemas, convirtiéndose en el juego gratuito más descargado, seduciendo a más de 45 millones de jugadores y famosos influencers, hasta el punto que han surgido varias peticiones recogiendo firmas para que se retire del mercado por haber causado roturas de parejas o condenado adolescentes al fracaso escolar. Volvemos al clásico estigma de los videojuegos, cuando en realidad la adicción no es del juego, sino de quien juega.
Hablemos claro y sobre todo llamemos las cosas por su nombre. La adicción es una condición de salud que solo un profesional puede confirmar. Eso de “estar enganchados” define cómo nos relacionamos con el juego. Dicho de otra forma, tiene más que ver con el carácter y las propias necesidades psicológicas que con las características del videojuego. Ahora bien, es cierto que hay determinados elementos en Fortnite y en otros que los hacen atractivos, completos y evasivos. Porque al final, los jugadores y jugadoras lo que buscan es algo tan humano como entretenerse, superarse y sentirse recompensados.
Es innegable que los diseñadores tienen muy estudiado qué retiene a las personas jugando durante más rato, qué música les lleva a arriesgar más y en qué momento pueden mostrar el anuncio de la opción freemium para que paguen. Esa es la función de los estudios de mercado, tanto si se aplican a tiendas de ropa como a marcas de chocolate. Conociendo los mecanismos de cómo tomamos decisiones y qué nos enloquece ponen la tentación en nuestras manos. Pero que caigamos o no, es cosa nuestra.
La pregunta oportuna
En todo esto imaginamos un jovencito jugando a oscuras a las tres de la mañana, pero nos olvidamos que Fortnite es un juego colaborativo, que a pesar de la finalidad de ser el último superviviente se juega en equipo y con gente de todo el mundo. Diremos que no les interesa nada, que pasan de todo y pierden el tiempo. Rectifiquemos: en “nada” que nos parezca oportuno. La pregunta es qué les falta en su día a día para que la realidad que les hace felices esté dentro del universo gamer. Quizá si nos sentamos a jugar con ellos, si nos sumergimos en su mundo - aunque no nos atraiga -, descubriremos algo y podremos cubrir mejor sus necesidades más allá de la pantalla.
Volviendo al márketing, solo diré que ojalá dedicáramos todos esos perfiles de consumidores para diseñar campañas de salud más convincentes o escuelas más emocionantes en lugar de penalizar los videojuegos por su ingenio. Existen de hecho un tipo de juegos formativos, los serious games que pretenden justamente eso: a través de apps y videojuegos promueven hábitos saludables, educan la mirada de género o nos reciclan profesionalmente. Porque lo razonable a largo plazo es aprender de lo que funciona y alinearlo con los propósitos socialmente deseables. Esa es la auténtica batalla que deberíamos ganar todos con Fortnite.
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